Por Monseñor Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

El misterio más entrañable y dulce de nuestra fe católica, el nacimiento de Jesús en el pesebre de Belén, termina allí con un charco de sangre inocente y con la huida y exilio de los tres personajes más débiles, Jesús María y José. Todo por el capricho de un rey espurio y enloquecido por el poder, el rey Herodes. Estos fueron los hechos históricos del inicio de nuestra fe católica, y el destino que, de una u otra manera, nos toca compartir a sus discípulos según la profecía: “Este Niño está puesto para que muchos caigan o se levanten en Israel”.

El padre G. Ricciotti, biblista e investigador de gran calado, escribió su Vida de Cristo, un clásico en su género, y calcula que los Niños inocentes acuchillados por los sicarios de Herodes fueron entre 20 y 30, según las condiciones poblacionales de Belén. Menos que hayan sido, el drama y la saña que implica el asesinato de un solo inocente es aterrador. Ahora, para nosotros los cristianos, hay dos lugares en que se repiten estas espeluznantes escenas: la patria de Jesús con la guerra actual, y la nuestra, México, con la suerte dolorosa de prófugos y emigrantes, de los asesinados con lujo de violencia en sus hogares, de las madres buscadoras de sus hijos en despoblado, o muertos en su seno o en sus brazos. Los sicarios de Herodes se pasean a lo largo y ancho del país. Dios tenga misericordia de ellos y de nosotros. La iglesia celebra a estos santos mártires que dieron su vida por Jesús, aún sin saberlo, mientras nosotros hacemos chistes con la “inocente palomita” los 28 de diciembre. Una señal más del desprecio por la vida humana y por la inocencia.

En nuestra profesión de fe católica, el Credo, confesamos que Jesús “padeció bajo el poder de Poncio Pilato”, mencionando siglo tras siglo el nombre de este también odiado personaje, funcionario del imperio más poderoso del mundo. Y es que toda la vida de Cristo estuvo enmarcada por los poderosos de su tiempo, de los cuales tuvo que cuidarse y, sobre todo, padecerlos. Sus referencias bíblicas a ellos no son nada halagadoras. El gobernador Pilato condenó a muerte a Jesús para quedar bien ante su jefe de Roma, el César. Nada más. Aunque todos ellos, sin saberlo ni siquiera sospecharlo, fueron instrumentos de la Providencia en su obra de la redención humana. También el poder tenía que ser redimido, costara lo que costara.

Otro actor en esta tragedia fue Arquelao, hijo de Herodes, que reinaba en Judea, ante el cual huyó José hasta Nazaret, en Galilea, a su regreso de Egipto. Bien sabía a lo que exponía a la familia. Pero el que no pudo huir de otro Herodes, de Antipas, fue el Bautista, pues lo tenía en el calabozo. Allí, borracho, le mandó cortar la cabeza para complacer a una bailarina y a su madre, a la que retenía como esposa, ante el reproche del Bautista. Jesús, al enterarse del hecho y saberse buscado por él, se alejó de su cercanía y le llamó “zorra” que, astuto como era, no podía impedir su obra, en la hora fijada por el Padre del cielo. Herodes alcanzó a vengarse vistiéndolo “como rey burlesco” cuando Pilato se lo mandó para reconciliarse con él.

El asesinato de los niños inocentes en Belén, fue un presagio y anticipo de la vida toda de Jesús. Después tocará el turno a los Apóstoles, seguirán los primeros discípulos, y los cristianos por los siglos de los siglos. San Juan Pablo II nombró a la persecución de la iglesia en México como una de las más crueles y nos recordó que “pedir el bautismo era pedir el martirio”. Herodes no faltarán.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de enero de 2024 No. 1489

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