Por José Ignacio Alemany Grau, obispo

Reflexión homilética 25 de febrero de 2024

Aunque Dios posee un poder infinito ya no puede dar más ni hacer más por la humanidad que se apartó de Él por el pecado: nos entregó a su Hijo único.

Ahora Dios nos persigue desde su amor infinito, pero cuidando la libertad que Él mismo nos dio al crearnos.

Génesis

Un buen día Dios dijo a Abraham: «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac y vete al país de Moria y ofrécemelo en sacrificio».

Abraham caminó con su hijo hasta el monte Moria. Llegado a la cima «tomó el cuchillo para degollar a su hijo, pero el ángel del Señor le gritó: “no alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios porque no te has reservado a tu hijo, tu hijo único”».

Nos imaginamos a Abraham, nuestro padre en la fe, caminando detrás de su hijo con el corazón roto, pero al final la misericordia de Dios liberó a su hijo.

Abraham es imagen del Padre eterno que decretó la muerte de Jesús, su hijo único, pero hasta las últimas consecuencias. Y todo por nuestra salvación.

Salmo 115

«Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida».

Aunque el salmista se queja, se reconoce como siervo fiel de Dios: «Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava».

Reconoce cómo Dios lo ha librado de todo peligro y está dispuesto a cumplir la voluntad de Dios: «Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo».

San Pablo

El apóstol nos enseña su fe absoluta en Dios y su seguridad porque en Dios encuentra la certeza de la fe ya que nos entregó a su Hijo:

«El que no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él?»

Meditemos el regalo infinito que Dios nos ha hecho aceptando la muerte de Jesús para redimirnos y demostrarnos su amor.

Versículo de aclamación

Hace una clara alusión al momento de la transfiguración de Jesús y nos muestra la idea central de este maravilloso regalo de Jesús a los apóstoles:

«En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo, el amado, escuchadle”».

Evangelio

En el Evangelio de hoy nos cuenta San Marcos el gran momento de glorificación de Jesús, tan humillado en toda su vida, pero hoy transfigurado para mostrar a sus predilectos la grandeza infinita que encierra en su humanidad, aparentemente como la de un hombre cualquiera.

Se transfiguró ante sus tres predilectos Pedro, Santiago y Juan, y aparecieron junto a Jesús Moisés y Elías conversando con Él.

En aquel momento se completó la glorificación con la presencia del Espíritu Santo en la nube, y la del Padre que pronunció estas palabras: «Este es mi Hijo amado, escuchadlo».

Con estas breves palabras el Padre nos presenta la grandeza de Jesús, verdadero Dios como el Padre, porque es su Hijo; y nos pide que le escuchemos para conocer todo lo que el Padre quiere de nosotros.

Pero no termina todo aquí.

Cuando descendían del monte Tabor, Jesús advierte a los discípulos: «No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

De esta manera Jesús ha fortalecido, por un lado, la fe de los apóstoles, pero por otra parte mantiene firme su camino antes de su glorificación, que es la muerte y resurrección.

Amigos todos, en pleno camino cuaresmal, la Iglesia hace esta pausa para ayudarnos a conocer el amor infinito del Padre que nos entregó a Jesús y la grandeza de este Hijo que dará la vida por nosotros.

Quiere también que reconozcamos que después de la muerte de Jesús habrá una resurrección para todos como fruto de la resurrección del Hijo de Dios.

Tengamos muy en cuenta este mandato de Dios Padre: que escuchemos a su Hijo.

 
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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