Por Ma. Elizabeth de los Rios Uriarte*

La noticia ha provocado polémica para algunos y escándalo para otros: el pacto que algunos sacerdotes y obispos han hecho con los narcotraficantes para lograr bajar la violencia en Guerrero, ha sido juzgada mal y pronto por muchos. Por ello, conviene aclarar algunos puntos que permitan profundizar más la cuestión.

Primero, existe una doctrina propuesta por Santo Tomás de Aquino en su obra “Summa contra los gentiles” pero retomada ya desde Aristóteles en donde, ante determinadas circunstancias en las que es preciso actuar y no siendo posible conseguir una acción totalmente benéfica, se deberá tolerar otra con tal de conseguir un bien mayor.

La palabra clave es TOLERAR más no REALIZAR o EJECUTAR, esto es importante pues, desde la Doctrina Social de la Iglesia no es justificable, en ninguna circunstancia hacer un mal para buscar un bien. Tal sería el caso, por ejemplo, de alguien que, queriendo remediar la pobreza, roba pertenencias privadas para dárselas a los que nada tienen.

Así, en el contexto que nos ocupa, la Iglesia Católica que siempre está obligada a participar en la búsqueda del bien común y promover la paz necesariamente tiene que buscar vías para ello, pero sucede que, en un estado -y un país- tomado por los cárteles de narcotraficantes y ante la alza inaudita de la violencia en los últimos meses, lograr vías de conciliación y de justicia resulta imposible ya puesto que tampoco se cuenta con la acción de un poder político y de una autoridad civil que pueda resolver dicha situación de terror generalizado.

Ante ello, resulta bastante lógico y necesario que se encuentren vías parciales y temporales que encaminen hacia una pacificación progresiva para, eventualmente, conseguir la paz. La pacificación es necesaria para la Paz. Es por ello por lo que, un camino para la primera fue TOLERAR un pacto con los cárteles del narcotráfico para que comenzaran a frenar sus actos destructivos para tantos que los han sufrido indiscriminadamente siendo inocentes.

Segundo, esta acción no significa que el pacto esté bien desde el punto de vista moral y menos aún, que sea lo que haya que hacer siempre y en todos los casos pues aquí, como en muchas circunstancias, la Doctrina Social, mediante el principio de subsidiariedad, invita a discernir los casos y/o las situaciones en lo particular sin afán de proclamar como leyes universales lo que de ese discernimiento se desprenda.

Así, en el contexto de Chilpancingo, tolerar un pacto con narcotraficantes resultó ser el mal menor para comenzar a buscar un bien mayor y lo fue debido a dos circunstancias específicas: la violencia era ya extrema en la región y, segundo, se pidió ayuda del Estado y ésta nunca llegó. La valentía de la Iglesia Católica y su compromiso inquebrantable con el bien y el orden social la llevó a buscar mejores condiciones, aunque eso implicara tolerar una acción que, en circunstancias distintas (un Estado fuerte que impusiera la ley y desarticulara las redes de criminales), no hubiera sido considerado como consentido ni tolerado.

Tercero, esta acción debe entenderse como de carácter temporal y paliativo. No es, ni remotamente, algo definitivo porque esto implicaría la desactivación de las redes de narcotraficantes que operan en el estado y, sobre todo, la atención de las causas profundas de la violencia que ejercen, pero eso no es tarea primaria de la Iglesia Católica, lo es, más bien, de la autoridad política emanada del Estado fuerte y legitimado por la sociedad civil, debidamente articulado para poder hacer valer la ley y con el firme propósito de brindar seguridad a los ciudadanos.

Es por esto que lo que los sacerdotes y obispos hicieron fue un gran logro y, lejos de ser criticado debe ser reconocido para que, el Estado asuma la responsabilidad que le corresponda y no le deje a instituciones a las que no les es natural, la difícil y peligrosa tarea de apaciguar la violencia que inunda al país entero y, también, para que la sociedad civil apoyemos las iniciativas que exigen a las autoridades cumplir su función y asumir su papel en la reconstrucción social y en la promoción de la Paz.

Es tarea de todos buscar vías que nos permitan vivir seguros y en paz. Hoy la Iglesia católica ha actuado en nombre de muchos, ojalá que sirva de ejemplo para otros que sólo actúan en nombre de sí mismos.

*Profesora e Investigadora de la Facultad de Bioética, Universidad Anáhuac México

 

Imagen de ALEXANDRE BRICIO en Pixabay


 

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