Por P. Fernando Pascual
La Biblia nos narra numerosos milagros, sobre todo durante la vida de Cristo y de la primera comunidad cristiana.
Con el pasar de los años, algunos cristianos empezaron a pensar que Dios ya no realizaba tantos milagros como antes.
Sobre el tema, hay una hermosa homilía de san Juan Crisóstomo, que ha quedado recogida como parte de sus comentarios al Evangelio según San Mateo.
San Juan Crisóstomo lanza la pregunta: “¿Es que echáis de menos los milagros que los apóstoles hacían al entrar en casas y ciudades: los leprosos limpios, los demonios expulsados y los muertos resucitados?”
En seguida, responde: “Pero justamente la prueba mayor de vuestra generosidad y de vuestra caridad es que creéis en Dios sin esos apoyos exteriores. Esa es, entre otras, la razón para que Dios haya dejado ahora de hacer milagros”.
Luego añade otro motivo por el cual Dios ya no haría milagros: evitar la vanagloria en quienes pudieran ser favorecidos por milagros, vanagloria que podría provocar, en algunos casos, divisiones entre los cristianos.
Por eso, el santo recomendaba a sus oyentes que no buscasen milagros, sino que más bien trabajaran por la salud de sus almas. Y añadía:
“No busquéis ver a un muerto resucitado, cuando sabéis que el mundo entero ha de resucitar. No busquéis ver recuperar la vista un ciego; mirad más bien cómo ahora todos han recuperado una vista más clara y más provechosa; y, sobre todo, aprended vosotros mismos a mirar castamente y a corregir vuestros propios ojos”.
Si de verdad los cristianos viviésemos la virtud como debemos entonces “los gentiles nos admirarían más que los que hacen milagros. Porque, muchas veces, los milagros se pueden atribuir a pura fantasía o llevan consigo alguna otra mala sospecha, aun cuando nada de esto pueda decirse de los nuestros; mas una vida pura no admite sospecha alguna semejante. La verdadera virtud echa una mordaza a todas las bocas”.
El mayor de los milagros, entonces, consiste en la virtud. “Ella es la que nos da la libertad verdadera, la libertad que cabe contemplar aun en la misma esclavitud. La virtud no romperá materialmente las cadenas del esclavo; pero hace que, aun siguiendo esclavo, nos parezca más digno de respeto que el libre, lo que es mayor hazaña que dar la libertad misma. No le hace al pobre materialmente rico; pero sí que, aun siguiendo en su pobreza, sea más rico que el rico”.
Hacia el final de la homilía, san Juan Crisóstomo añade una hermosa idea a quienes tienen mucho deseo de milagros:
“Pero si tantas ganas tienes de hacer milagros, apártate del pecado y has hecho el mayor de los milagros. En verdad, gran demonio es el pecado, carísimo mío. Si éste expulsas de ti mismo, has hecho hazaña mayor que los que expulsan a una legión de demonios”.
Subraya, además, que el mayor milagro consiste en la caridad, no en expulsar demonios, ni en profetizar, ni en hacer otros muchos milagros. Luego añade una serie de milagros que son fruto de la verdadera conversión:
“Si de tu inhumanidad pasas a ser compasivo y das limosnas, has dado movimiento a tu mano que tenías seca. Si te apartas del teatro para venir a la iglesia, has curado el pie que tenías cojo. Si desvías tus ojos de la mala mujer y de la ajena belleza, los has abierto, ciegos antes, a la luz. Si en lugar de los cantos satánicos aprendes himnos espirituales, has recuperado, mudo antes, el habla. Éstos son los mejores milagros. Éstos sí que son prodigios sorprendentes”.
¿Dios ha dejado de hacer milagros? No, porque también hoy, como a lo largo de toda la historia humana, millones de hombres y de mujeres se han abierto a Dios, han pedido perdón por sus pecados, y han empezado a recorrer el maravilloso camino de la caridad cristiana.
(Los textos aquí recogidos proceden de la Homilía 32 de las Homilías de San Juan Crisóstomo sobre el Evangelio según san Mateo).
Imagen de Vytautas Markūnas SDB en Cathopic