Por Rebeca Reynaud
En el orden religioso no hay progreso. La cumbre de este progreso se ha dado ya: es Cristo, Alfa y Omega, principio y fin (cfr. Apoc 21,6). Por eso en la vida espiritual no hay nada que inventar; sólo cabe luchar por identificarse con Jesucristo, ser otros Cristos. Dios nos pide santidad personal. Pero esa santidad requiere conocimientos, doctrina.
Nuestra eficacia será consecuencia de nuestra santidad personal, que cuajará en obras responsables, que no se esconden en el anonimato.
El profeta Oseas decía a los judíos del Antiguo Testamento: “Se muere mi puedo por falta de doctrina”. Los judíos actuales están con la misma preocupación, sus jóvenes no saben qué es el judaísmo, y –dicen- la venida del Mesías es inminente. Nosotros estamos con la misma preocupación: muchos católicos no saben explicar el Credo ni dar razón de su esperanza.
El mayor enemigo de Dios es la ignorancia. Por eso, habría que animarnos a ser un catecismo vivo, es decir, un resumen claro, y a todos asequible, de la doctrina cristiana, pues no basta saber cosas, hay que unirlas a la oración y al esfuerzo por vivir lo que se enseña. La verdad no se impone, se expone, mostrando el esplendor y la belleza de la Verdad. Los grandes catequizadores han sido los santos. ¿Cómo? Enseñando lo que viven.
Si vamos a ir a un museo hay que “prepararse”, saber contar historias, enterarse de lo que se va a ver, en una palabra, tener la habilidad de “montar la joya”, poner ilusión y cariño en aquello que se va a ver, o en aquello que se va a dar, como es el caso de la doctrina.
Dar doctrina: pasión dominante
Para dar doctrina hay que formarse, hay que leer, hay que meter la doctrina en el corazón, no sólo en la cabeza. Decía el Cura de Ars: “Una persona que no está formada en su religión es como un enfermo agónico; no conoce ni la grandeza del pecado, ni la belleza de su alma, ni el precio de la virtud; se arrastra de pecado en pecado”.
Hemos de ayudarle a la gente a encontrar el sentido de la vida. Dijo el Papa Benedicto XVI: “Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida (…). Cada uno de nosotros es querido, cada uno de nosotros es amado, cada uno de nosotros es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a otros la amistad con Él (Homilía en la Misa del inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005).
Saber dar la doctrina con don de lenguas. Saber adaptarnos, tratar de no aburrir. Dar la doctrina acomodándola a la capacidad de quien nos escucha. Como aquella niña de tres años que preguntó a su mamá:
-¿Cómo nacen los gatitos?
La mamá se quedó perpleja, no supo qué contestar y decidió preguntarle:
-Tú, ¿cómo crees tú que nacen?
-¡Chiquitos y bonitos! Aseguró la niña.
“Todo ejercicio del apostolado tiene su origen y su fuerza en la caridad” (Concilio Vaticano II, Decreto sobre el apostolado de los laicos, n. 7). El mexicano está tejido desde el corazón. Si queremos ayudar, hemos de ser afectivos, pero no empalagosos.
El Papa Juan Pablo II decía que se necesitan “heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios” (Discurso al Simposio de Obispos Europeos, 11-X-1985).
Dice San Bernardo: “El predicador puede proclamar los consejos de la salvación a los oídos de quienes le rodean, pero solamente Dios es capaz de infundir el sabor del amor en el paladar del corazón. El sabor del cielo es muy distinto al de la tierra. Y mientras buscamos los sabores de nuestra cocina, somos incapaces de apreciar el sabor del cielo” (Sermón 95). San Gregorio escribe: Si el Espíritu no enseña en el interior, es inútil todo lo que intenta hacer desde fuera la lengua del maestro” (PL 76,1222).
Una de las funciones más urgentes y, sin duda, la más importante en la misión de la Iglesia es la predicación de la Palabra de Dios, de la que depende la fe y, en gran parte, la misma vida cristiana. A veces hay tareas urgentes que no son las más importantes; la predicación de la palabra de Dios -evangelización y catequesis- implica hoy ambos valores.
¿Y qué es lo esencial que hay que enseñar? La creación y la Redención. La historia de la humanidad tiene dos puntos focales: La creación del hombre con todos sus dones naturales, preternaturales y sobrenaturales. Es importante tener presente esto para entender la gravedad de la caída de los primeros padres. El segundo punto focal de la historia humana es la Encarnación, Pasión y Muerte de Jesús. Es también la pasión, muerte y resurrección del Cuerpo Místico, es decir, de la Iglesia salida del Corazón de Jesús.
Hasta la Edad Media, los destinatarios casi exclusivos de la catequesis fueron los adultos. Ellos transmitían el patrimonio de la fe a las nuevas generaciones. A partir de la Reforma (siglo XVI) se produjo un fenómeno de inversión: la catequesis se polarizó cada vez más en los niños y se fue identificando con la mera instrucción religiosa, y los adultos fueron quedando marginados. El no haber acompañado en la fe germinal a los bautizados ha sido una omisión lamentable que está teniendo unas consecuencias muy graves en el pueblo cristiano.
El general Wellington, el que venció a Napoleón, quiso volver a Inglaterra a ver la escuela militar donde se había preparado, y dijo a los alumnos y oficiales: «Mirad, aquí se ha ganado la batalla de Waterloo». Así os digo yo a vosotros, queridos jóvenes. Tendréis batallas en la vida dentro de 30, 40, 50 años; pero si queréis vencerlas es preciso que comencéis ahora, preparándoos, siendo asiduos al estudio y a la clase (JUAN PABLO I, Angelus, 17-IX-1978).
Estamos viviendo los tiempos de oscuridad espiritual más grande en toda la historia, y a la vez, el mundo nunca ha sido más atractivo, más seductor, más hechizante que hoy. Nunca había tenido más propuestas para que el hombre se enamore de él que hoy. El demonio quiere que estemos 24 horas entretenidos.
En esta tarea de dar doctrina tiene capital importancia el amor a la libertad. Libertad en lo opinable, que son la mayoría de las cosas; se excluye de “lo opinable” el dogma y la moral. Hemos de tener fidelidad a la doctrina cristiana y flexibilidad y capacidad de renovación de las propias tareas. Al dar catequesis a todos los niveles hay que partir de un hecho contundente: “Existe un vínculo entre la pureza del corazón, la del cuerpo y la de la fe” (CEC 2518). Hay mucho que meditar a esta última frase y de allí podemos partir para conocer con más profundidad el corazón humano.
En el siglo III Orígenes de Alejandría dice: Nadie sabrá comprender el sentido del Evangelio de San Juan si no se ha reposado la cabeza en el pecho de Jesús y recibido a María como Madre.