EDITORIAL
México es mucho más que sus políticos. Muchos más que los políticos que lo toman como rehén. Estamos a la puerta de una gran elección. Los caminos están abiertos para que, ahora sí, la sociedad civil muestre dos cosas: músculo y ganas de cambiar el panorama sombrío sobre el cual vivimos, nos movemos atemorizados, aguardamos “mejores tiempos”. Estos no vendrán si nos quedamos mirando las nubes.
El músculo al que nos referimos no tiene nada que ver con la bravuconería ni mucho menos con la violencia. Es esfuerzo, mirar por el bien común, cultura y civilización. Fray Bernardino de Sahagún escribió, en el siglo XVI que en materia de política los antiguos mexicanos “echaban un pie delante” de Europa. ¿Qué nos ha pasado que ahora nos hemos quedado rezagados ya no con respecto a Europa, sino con respecto a nosotros mismos? Fácil echar la culpa a “los otros”. Pero si queremos a México debemos mirar hoy por lo de hoy.
Y en ese sentido, los jóvenes tienen alguna razón en observar con abulia el pleito de los partidos y de sus representantes. No les dicen nada. O, más bien, les dicen que no importa más que su adhesión bovina. Seguirán así hasta que no vean un testimonio. Hasta que no haya un movimiento colectivo que les asegure que son primordiales para el presente (y que no los siga engañando con que son “la esperanza del futuro”).
Los mexicanos hemos respondido, al margen de las trabas políticas, cuando hay situaciones de catástrofe. Pero: ¿no es una catástrofe el que degüellen lo que resta de la democracia? ¿No es una hecatombe que se quiera hacer tabla rasa de las pocas instituciones serias y más o menos independientes que se han construido en los tres últimos decenios?
Es momento de sacar la casta. Dejar en el baúl los reclamos y remar parejos. Vamos en la misma barca. Y nadie se salva solo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 31 de marzo de 2024 No. 1499