Por Jaime Septién
Durante las campañas políticas, sobre todo en lo que hace a las campañas para llegar a la presidencia de la República, vamos a estar escuchando además de palabras de odio, una colección de frases grandilocuentes, de eslóganes pegajosos, de promesas que prefiguran cambios importantísimos, seguramente imposibles de cumplir. “Miente, miente, que algo queda”, habría dicho el ministro de propaganda de Hitler.
¿Qué podemos, ciudadanos de a pie, oponer a esta perniciosa práctica? ¿Ignorarla? No es posible. Más bien apostar, sistemáticamente, a una serie de transformaciones internas que se reflejen en acciones modestas pero significativas para el bien común. Acciones como, por ejemplo, modificar nuestro estilo de vida con respecto al agua, al consumo, al reciclaje de la basura, la amistad con los vecinos, cuidar el frente de la casa, cuidar a un anciano, darle calidad de tiempo a un solitario, saludar en la calle, respetar al otro…
Dice Edgar Morin que “la transformación interna parte de creaciones en primer lugar locales y casi microscópicas”. Y es verdad. Casi siempre esperamos que las transformaciones vengan de fuera o sean grandiosas. Vienen de dentro y no hacen caso al canto de sirenas de las grandes frases políticas, de las propuestas irreales, de las exigencias de voto o de adhesión a un movimiento que siempre, siempre, dirá que es novedoso. No hacer caso a ese futuro ilusorio que nos pintan como el único por el que podemos transitar. Y pensar en lo mínimo, sabiendo que los cambios verdaderos vienen de dentro.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 14 de abril de 2024 No. 1501