Por Jaime Septién
Marta Rodríguez Díaz (Madrid, 1979) es doctora en Filosofía por la Pontificia Universidad Gregoriana. Profesora en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum y fue la responsable del Dicasterio para Laicos, Familia y Vida. Recientemente, bajo el sello editorial de Encuentro, ha publicado el libro Género, jóvenes e Iglesia. Juntar las piezas, en donde investiga y propone “la maravilla mal entendida muchas veces, que puede ser para los jóvenes la propuesta de la Iglesia en torno a estos temas, y también lo que les falta a sus comunicadores para poder entender mejor a las nuevas generaciones.”
-¿Cuál fue tu objetivo primordial para escribir este libro? ¿Explicar un término –género– que es tan difícil de entender como de evitar la confusión que sobre él pesa?
Mi objetivo fue crear puentes entre adultos y jóvenes en torno a la cuestión del género. Me movió mucho que los jóvenes del Sínodo del 2018 pidieran una palabra “clara y empática sobre el género y la homosexualidad”, y dijeran no recibirla de parte de la Iglesia. Para que el diálogo sea posible, efectivamente, necesitamos comprender qué significa el término género, y discernir adecuadamente entre los distintos significados que habitualmente recibe.
-¿Es posible, recogiendo el concepto de “juntar las piezas” que los jóvenes escuchen y dialoguen al respecto del género con la Iglesia, con sus padres? ¿Qué se necesita de parte de nosotros, los mayores, para que este diálogo se produzca?
Estoy convencida de que es posible, pero para ello se necesitan crear las condiciones del diálogo. Los jóvenes difícilmente escuchan si perciben que el otro está en actitud de defensa y ataque, y esto es lo primero que tenemos que aprender los adultos. Necesitamos ir al encuentro con una verdadera disposición de escucha, de no juicio, que permita que el joven pueda expresar sus ideas y sus inquietudes con libertad.
-A propósito, ¿puedes dar una definición fácil de entender de lo que es “ideología de género”?
Ideología es toda visión reductiva de la realidad: toda concepción que toma algunos aspectos verdaderos y los absolutiza, negando los otros. Ideología de género es toda comprensión insuficiente o reductiva del género, a partir de una concepción antropológica insuficiente o pobre.
-¿Has encontrado recepción en jóvenes distintos a quienes estudian en escuelas católicas –o incluso entre éstas– sobre el tema tan caro a san Juan Pablo II como lo es la teología del cuerpo?
Claro que sí. Estoy convencida de que los jóvenes están bien hechos, y son capaces de reconocer la belleza que su corazón anhela. Si somos capaces de ganar su confianza y establecer un diálogo sincero, nos sorprenden y enseñan mucho.
-¿Qué recomendaciones das a padres, sacerdotes, maestros, comunicadores, para cuando traten de explicar no las sombras, sino las luces (desde el catolicismo) sobre el género?
Creo que Amoris Laetitia 56 da una clave precisa de lectura. Por un lado, condena claramente las visiones reductivas del género (ideologías). Pero, además, aclara que “género y sexo se pueden distinguir, pero no separar”. Lo mismo dice el documento de la Congregación para la Educación Católica, “Varón y mujer”, en el número 11: que la distinción entre género y sexo no es un problema, pero sí su separación. El género es la interpretación cultural del sexo: no es lo mismo que el sexo, pero tampoco es algo totalmente independiente.
-Subrayas en tu libro que la cuestión del género la hemos abordado como una batalla y que hacerlo así no tiene o no puede tener otro resultado más que el distanciamiento. ¿Cómo debemos abandonar esa noción, tan usual entre los católicos, para juntar las piezas con polvo de oro, como hacen los japoneses cuando se rompe una vasija de cerámica?
Creo que se necesita una disposición real para el diálogo, pero también precisión antropológica. A lo primero ya me he referido, y creo que es fundamental. Pero, además, necesitamos una buena antropología. Muchas veces nos acercamos a la cuestión del género sin entender sus matices y complejidad, y por eso nuestras opiniones resultan algo reductivas, poco atinadas. Nos acercamos también desde una antropología simplista, que no ha integrado de manera adecuada el influjo de la cultura o de la libertad en la formación de la identidad. Todo esto es perfectamente posible desde una antropología cristiana, pero no desde una antropología cerrada, “esencialista”.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 31 de marzo de 2024 No. 1499