Por Rebeca Reynaud
Dios nos pide mirar a la Virgen acompañados por todas las personas queridas. Mirar con amor es contemplar. La mirada no es solamente un acto físico; es una acción humana, que expresa las disposiciones del corazón. Hay miradas de amor y de indiferencia: miradas que muestran apertura y disponibilidad para comprender, y miradas cegadas por el egoísmo. Nosotros queremos mirar con ojos limpios.
Habría que mejorar en la oración, en la participación en la Santa Misa y en fraternidad. Todo esto lo podemos lograr con ayuda de la Virgen.
¿Cuál es el mayor deseo del hombre? El mayor deseo del hombre es ver a Dios. Éste es el grito de todo su ser: “¡Quiero ver a Dios!”. Y cuando lo vea, realizará su plena y verdadera felicidad en la visión de Aquél que lo ha creado por amor y lo atrae hacia sí en su amor infinito (cfr. CCEC, 533).
Educar la mirada es una lucha importante, que influye en la calidad de nuestro mundo interior. Hay que saber ver una obra de arte, un paisaje: contemplarlo. Se trata de descubrir a Dios en todo.
Benedicto XVI dice en la Luz del mundo: La fe se desarrolla. Y esto incluye la entrada cada vez más fuerte de la Santísima Virgen en el mundo como orientación para el camino, como luz de Dios, como la Madre por la que después también podemos conocer al Hijo y al Padre. De este modo, Dios nos sigue dando signos. Él nos muestra la humildad de la Madre que se aparece a los niños de Fátima y les dice lo esencial: fe, esperanza, amor, penitencia (172).
Consideremos: ¿en qué puedo mejorar al mirar las imágenes de nuestra Madre? También podemos preguntarnos: ¿Cómo puedo mejorar las miradas a la Virgen? Quizás pidiéndole mirarle como la miraba Jesús. Y a Jesús, pedirle mirar a María como la miraba Él. Cada encuentro con Nuestra Señora es una invitación a mirar a Cristo. Todo esto da colorido al mes de mayo.
Aprender a mirar es también aprender a no mirar. Todo lo que penetra a nuestros sentidos, penetra en nuestra conciencia. Sin la piedad las almas se aridecen, transformando la Iglesia de jardín en desierto
Busquemos el rostro de Jesús. “Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo” (San Juan Pablo II).
La mirada limpia y pura afirma el valor de cada ser humano, considerado en sí mismo y no en la medida que satisface el propio interés. A su vez, el deseo impuro, el afán de poseer o la curiosidad, que crecen si no educamos la mirada, terminan por cegar el corazón.
San Luis María Grignion de Montfort escribía: “Todo se reduce a hallar un medio con que consigamos de Dios la gracia necesaria para ser santos. Para hallar esta gracia de Dios hay que hallar a María”. ¿Por qué María nos es necesaria? Se pregunta, y contesta: “Dios la ha escogido por tesorera, administradora y dispensadora de todas las gracias, de suerte que todas las gracias y dones pasan por sus manos y conforme al poder que ha recibido reparte ella a quien quiere, como quiere, cuando quiere y cuanto quiere las gracias del Eterno Padre, las virtudes de Jesucristo y los dones del Espíritu Santo” (El secreto de María).
El mismo Luis María Grignion de Montfort dice: “Lo que Lucifer ha perdido por la soberbia, María lo ha ganado con la humildad. Lo que condenó y perdió por la desobediencia, María ha salvado con la obediencia. Eva, al obedecer a la serpiente, destruyó a todos sus hijos junto con ellos, y se los ha entregado a él. (Satanás); María, al ser perfectamente fiel a Dios, ha salvado a todos sus hijos y siervos junto con ella, y los ha consagrado a todos a su majestad.”
Pon en tu mesa de trabajo, en la habitación, en tu cartera…, una imagen de Nuestra Señora, y dirígele la mirada al comenzar la tarea, mientras la realizas y al terminarla. Ella te alcanzará -¡te lo aseguro!- la fuerza para hacer, de tu ocupación, un diálogo amoroso con Dios (Surco núm. 531).
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