Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Se corre el peligro de trivializar o banalizar, temas esenciales para toda persona humana como es el amor.
Peligro que se agrava por buscar en lugares distintos a Dios y lejos de él, fuente del amor, como lo señaló en su momento, San Juan Pablo II en la encíclica ‘el Esplendor de la Verdad’; apartarse del ‘Amor fontal’.
Si Dios es Amor (1 Jn 4, 8), he de acercarme para conocerlo, descubrir su Revelación, contemplar las grandes hazañas de su amor.
He de contemplar toda la obra de la creación, lo grande y lo pequeño, las estrellas y las flores, los rostros de los niños felices y juguetones, las miradas entrelazadas de los enamorados, como la ternura arrobante de una madre.
En todo esto, percibir la grandeza del dicho escolástico ‘bonum diffunsibum sui’, que el bien-amor por su misma naturaleza se difunde; no puede ser de otra manera.
En el corazón de todo ser humano existe una nostalgia de un amor que no se diluya, ni se esfume. Ese deseo natural, no puede ser vano. Existe el término de mi apetencia infinita.
En el Antiguo Testamento encontramos imágenes extraordinarias que revelan del amor de Dios o de que Dios es amor: el pastor que busca a sus ovejas, venda a las heridas, cura a las enfermas (Sal 22; Is 40, 11; Ez 34m 11-31; el Padre que castiga al hijo para corregirlo (Prov 23, 13); la madre que no puede olvidarse de su hijo (Is 49, 15).
Más allá de las obras realizadas por Jesús y de su palabra luminosa sobre el amor, importa sobre manera, el testimonio radical de su amor: entregó su vida por nosotros. Es un amor entrañable, ‘rahamím’, -de entrañas de madre.
El amor de ágape o amor de caridad, es el amor de total donación que supera incluso el amor recíproco de ‘do ut des’, -doy para que des; se rompe el cerco del egoísmo a dos. ‘Como el Padre me ama, así los amo yo, permanezcan en mi amor’ (Jn 15, 9-17); Jesús fundamentado en el amor del Padre se abre al circulo de la totalidad del amor de la comunión entre todos. Así tiene que ser nuestro amor apoyado en él y abierto a todos.
Palabras tan fuertes y tan ciertas que nos señala san Juan en su Primera Carta ‘el que no ama permanece en la muerte’ (3, 14).
San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, nos ofrece las excelencias del amor-ágape-caridad, en un elogio extraordinario:
‘El amor es paciente y servicial. El amor no es envidioso, ni orgulloso, ni arrogante. No falta al respeto ni busca su interés. No se irrita ni vive de rencores. No se alegra de la injusticia, y sí de la verdad. Siempre disculpa y confía, siempre espera y soporta. El amor no pasa nunca’ (13, 4-8 a).
Es triste constatar que el amor no fluye espontaneo en algunas familias rotas; los niños salen perdiendo, llevan en su corazón la herida del amor negado.
Por eso, no podemos olvidar la clave de nuestra fe cristiana: ‘como el Padre me ama, así los amo yo, permanezcan en mi amor’. Esta es la gran noticia, el Evangelio, el amor insondable de Dios. Amor que nos sana; amor que nos hace recobrar la alegría; amor que nos permite ser entusiastas- en Théos=estar en Dios. Con la alegría de Jesús, dentro de nosotros.
Así en Jesús podríamos ser sensibles a las penas de nuestros hermanos. Si aprendemos a mirar como él, con mirada de compasión.
A través de mi vida, debo, tengo que hacer visible el amor de Dios.
Esto solo es posible por el don del Espíritu Santo que nos ha sido dado.
La Eucaristía, es Ágape-Amor, que nos da el Padre a través de la inmolación y glorificación de la carne y sangre de su Hijo para concedernos el don del Espíritu Santo y así vivir la Comunión en la Iglesia, con el Papa, el Obispo y los hermanos.
La entrega de Jesús nos recuerda y fortalece en el Amor; así permanecemos en su amor.
¿Podría asumir las palabras de Santa Teresita de Jesús que nos dice que su ‘vocación es el amor’? He aquí la importancia del amor al estilo de Jesús. En poco nos dice todo.
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