Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Los sufrimientos de toda índole, nos abruman. Tenemos la tentación de desviar la mirada y acallar la compasión. El grito de dolor de los inocentes no puede ser acallado por políticas de indiferencia y de centrar todo en un bienestar que tiene su importancia, pero no puede ser lo esencial.

La palabra manipuladora no puede acallar ni la conciencia ni la pasión dolorosa de tantos hermanos sufrientes.

La violencia y la muerte están poniendo su sello en la vida de cada día. Los espacios de seguridad se reducen.

¿Cómo olvidar a las mamás y a las familias que tienen su corazón traspasado, heridas por el malévolo Caín que sigue cabalgando entre nosotros?

¿Cómo olvidar a quienes buscan una felicidad ficticia ajenos a las penas de los demás que pueden en verdad humanizarnos?

Es Jesús quien nos enseña a saber mirar el sufrimiento de nuestros hermanos, el sufrimiento, no de pocos, sino de multitudes de diferentes carencias, extenuadas como ovejas sin pastor (cf Mt 9, 36-10, 8). De aquí su decisión de llamar a lo Doce que serían quienes abrían de continuar con su misión; misión que participa de la comunión con Cristo, misión que tiene mediante el Espíritu Santo de Amor, su potestad y autoridad para atender a los hermanos de todos los tiempos y los espacios, en virtud de su Encarnación y de prologar su obra y su mirada, porque ‘ya está cerca el Reino de Dios’, Reino de la presencia de Dios Amor, Reino de la gracia, de la santidad y de la paz.

Esta esta es en parte, la autoridad de la Iglesia apostólica: saber mirar como Jesús miraba y atendía  inmediatamente a los que padecían todo tipo de carencias del cuerpo y del alma.

Ayer como hoy hay muchos hermanos nuestros maltratados por el egoísmo de los inconscientes y de los ególatras necesitados del aplauso para colmar sus vacíos existenciales.

La mirada de Jesús, nos educa y nos hace participar de sus entrañas de amor compasivo.

Es impensable trivializar o ignorar el clamor de los que sufren.

Saber mirar como Jesús, nos permite participar de sus sentimientos de Corazón plenamente humano, traspasado por nuestra indiferencia y pecado.

Saber mirar como Jesús y compadecernos, es el reto de ayer y de hoy; de más allá y de nuestro entorno.

Saber mirar como Jesús, nos libera de la obsesión del bienestar y los nuevos ídolos esclavizantes.

El recuerdo de las multitudes que sufren puede llenarnos de compasión y de poner nuestra vida como un peón que construye el Reino.

La mirada de Jesús, es compasiva y misericordiosa; llena de cariño, de ternura, de respeto ante la fragilidad.

Nos recuerda la mirada de la Santísima Virgen María de Guadalupe, que vino a nuestra tierra y se quedó con nosotros a través de su imagen y que nos mira, así según la mentalidad náhuatl, ‘tenacazita’, es decir, ‘mirar por la oreja’ cuyo simbolismo implica la ternura, el respeto y la conciencia de la vulnerabilidad; a su vez traduce la terminación reverencial ‘tzin, tzintli’ que ponían al final de algunos palabras o del nombre de personas, como ‘atl- atzin’, agua, agüita, -ternura por el agua; respeto por el agua y su fragilidad, -pobre agüita. A san Juan Diego, Juanitzin, Juandiegotzin, ‘Juanito, hijito de mi corazón; oh gran señor Juan Diego y pobrecito de mi niño Juan Dieguito.

Saber mirar como Jesús y como la Santísima Virgen, nos puede hacer persona abiertas a la compasión y colaborar en el servicio ‘apostólico’ por los que sufren.

¿Podríamos construir una cultura que tenga presente el sufrimiento? Significará prolongar la mirada compasiva del Señor Jesús en nosotros.

 

Imagen de Carlos Daniel en Cathopic


 

Por favor, síguenos y comparte: