Editorial

Estamos a escazas semanas de las elecciones del 2 de junio. Las campañas políticas se han encerrado en un callejón sin salida: a ver quién insulta más. Entiendo que todo esto es parte de la modernidad política donde lo último que importa es respetar los valores de la democracia. Los valores en sí mismos.

No sé si alguna vez estos valores se han respetado por parte de las élites políticas. Lo dudo. Quizá tenemos un ideal en la cabeza que nos llama a pensar bien de tiempos pasados. Pero en mi recorrido por la política nacional y local, desde el periodismo y la participación directa, tengo para mí que en 1997 comenzó un viraje hacia algo que representaba un camino democrático que merecía México y que en el 2000 comenzó a germinar más que por quién ocupó la primera magistratura por el fervor ciudadano de sacar al buey de la barranca.

Es imposible tener una democracia perfecta. Pero sí hay posibilidades de acercamiento. La meta se persigue, pero lo que importa es el camino hacia ella. Íbamos en camino. En las actuales circunstancias, ya no: vamos de regreso. Echeverría en el horizonte. El presidencialismo mexicano ha revivido al tlatoani. Todos deben inclinarse ante su sombra. Algo completamente ajeno al sistema de contrapesos occidental.

El 2 de junio —en efecto— hay de dos sopas: o la sopa boba del autoritarismo que ostentó el PRI en 71 años (sea ganadora cualquiera); o la sustanciosa, la que incorpora diferentes ingredientes para darle sabor. O el despotismo no ilustrado o la pluralidad bien entendida. Los mexicanos de bien quieren la segunda sopa. Es la única que nos puede nutrir. No es gratis. Hay que cocinarla a fuego lento. La boba es como abrir una lata. Está hecha de retazos, rencores, resentimientos e intentos de asumir que la dignidad humana es una burla.

El 2 de junio y siempre, el que tiene que ganar es el ciudadano. Hacer respetar el resultado para que la sopa sepa a algo. Y colaborar con el otro. Aunque el otro nos parezca de lo peor. Si no lo hacemos así, la ruina de la democracia está garantizada. Volveremos a los tiempos horrorosos donde el presidente preguntaba la hora y el coro de lambiscones respondía: “la que usted diga, nomás faltaba”.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de mayo de 2024 No. 1505

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