Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Las lágrimas de una madre ante el hijo perdido, posiblemente asesinado y no encontrado, manifiestan el desgarramiento interior de su ser. No existe dolor como esta pena. Difícilmente alguien podrá consolar del todo a esta madre sufriente.

Ser mamá, es dejar correr la vida desde las entrañas; es revelar el misterio de sí misma en su donación de sí.

Sus lágrimas desvelan el misterio de su amor; a través de las lágrimas su espíritu se hace tangible.

Es el hijo la razón de ser de su existencia. Su maternidad está arraigada en el ser maternal de Dios, del cual la madre es su icono.

A través del rostro materno se conoce a Dios Amor. Dios nos ama a través de las caricias de una madre. Dios prolonga su abrazo en los brazos de una madre. Dios nos besa, cuando una madre nos besa. Cuando una madre ama, Dios se hace presente. La madre puede ser la extensión maternal de Dios y su misma explicación.

Ella es el nexo entre el misterio de Dios y el misterio de la humanidad, por eso ella puede ser la clave.

Dios-madre-hijo son interdependientes e inseparables.

Pero la maldad ha roto este círculo idílico. Se le arrebata el hijo a la madre; se le busca cercenar su horizonte maternal. Esto no es el fin; su condición de madre trasciende el espacio y el tiempo, lejos de estas coordenadas, Dios Amor, tiene preparado un festín del reencuentro para las madres que lloran la pérdida de su hijo. “Aniquilada la muerte para siempre, Dios el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros” (Is 25, 6-8); él ha preparado en su infinito amor, el momento del encuentro, para restituir ese circulo de amor, Dios-madre-hijo por toda la eternidad. Dios enjugará de los ojos toda lágrima, las lágrimas de las madres y la separación no existirá más.

Si una madre llora, Dios llora, en virtud de su infinito amor rechazado, Dios sufre.

Contemplar en silencio a una madre que arrulla a su hijo, nos solaza el alma; una madre que llora la ausencia forzada de su hijo, nos parte el alma. Solo nos queda sumar nuestras lágrimas a las suyas, acompañar, orar y ayudar. Puede servir el recordar que la vida es ‘una mala noche en una mala posada’, en palabras de Santa Teresa, y que en medio las penas y sufrimientos de esta vida, nos espera el reencontrarnos con nuestros seres queridos en nuestro hogar definitivo en la gloria; las mamás que perdieron un hijo, lo podrán reencontrar para no separarse jamás.

 
Imagen de djedj en Pixabay


 

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