Por P. Fernando Pascual
En ocasiones surgen preguntas que tocan lo más íntimo de nuestro corazón, porque se refieren a lo que hacemos con nuestra vida.
Las preguntas pueden estar formuladas en pasado, en presente o en futuro. En pasado la pregunta aparece así: ¿qué he hecho con mi vida? En presente: ¿qué estoy haciendo con mi vida? En futuro: ¿qué voy a hacer con mi vida?
Las tres preguntas se construyen sobre un presupuesto que invita a la responsabilidad: soy yo el que, en buena parte, decido mi existencia de cada día.
¿Qué he hecho con mi vida? Es una pregunta que permite un balance general sobre lo que han sido nuestras opciones del pasado.
Al responder, notaremos que ha habido opciones buenas, que nos llenan de satisfacción. Otras opciones eran menos buenas, porque no llevaron a resultados relevantes. Otras opciones, simplemente, fueron equivocadas, o incluso malas.
¿Qué estoy haciendo con mi vida? Es la pregunta sobre el presente, sobre cómo vivo ahora, sobre mi trabajo y mi tiempo libre, sobre mis amistades y mi familia, sobre mis obligaciones y mis compromisos.
También aquí las respuestas van desde una apacible satisfacción por lo que ahora hacemos, hasta una extraña inquietud, incluso desagrado, por algunas decisiones y actividades de cada día.
¿Qué voy a hacer con mi vida? Es la pregunta sobre los proyectos, sobre las decisiones para el futuro, sobre lo que quisiera y lo que realmente quiero, sobre los cambios urgentes o sobre la necesidad de mantener en pie lo que ahora tengo entre manos.
La vida es como un tesoro frágil, rodeada de retos, en la que se juntan mis deseos y los deseos de otros, lo que decido y lo que me ocurre sin que yo haya podido evitarlo.
Quisiéramos que esa vida fuera fecunda, bella, gratificante, para mí y para quienes viven a mi lado. Quisiéramos que nos abriese al amor, un amor que sea pleno, como el que se recibe y se ofrece a Dios.
Hoy puedo tomarme unos minutos para preguntarme sobre lo que he hecho, lo que hago y lo que quiero hacer con mi vida.
Desde respuestas sinceras, a veces dolorosas, podré tomar decisiones que, espero, me abran a un proyecto que tenga como origen y como meta lo que da sentido y belleza a toda vida: el amor.
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay