Por P. Fernando Pascual

Ha ocurrido en el pasado y ocurre en el presente: se comenten acciones injustas con la excusa de que se defienden reivindicaciones justas.

Pensemos en una rebelión violenta. Quizá se defiende un justo aumento de salario, una urgente mejora en las condiciones laborales, o un irrenunciable derecho a viviendas asequibles.

En la rebelión violenta, esas reivindicaciones claramente justas son defendidas con actos contra bienes particulares (quema de coches, ruptura de escaparates, interrupción del tráfico), o incluso contra personas, cuando se golpea a policías o a simples ciudadanos encontrados casualmente.

Por desgracia, entre quienes promueven cambios orientados hacia la justicia hay quienes justifican acciones violentas con la excusa de que se puede hacer el mal para conseguir un bien.

En otras palabras, se construye un relato según el cual las acciones violentas (e injustas) estarían justificadas por los bienes y derechos que se busca alcanzar.

Ese relato no es usado solo por los revolucionarios. Hay autoridades que hacen un relato parecido, pero opuesto: para aplastar una revolución, afirman, sería lícito un exceso en el uso de la fuerza, incluso a costa de provocar daños desproporcionados en bienes físicos y en personas particulares.

Defender derechos, sobre todo allí donde existen graves injusticias, es algo legítimo y puede exigir acciones firmes. Pero nunca la búsqueda de lo justo puede convertirse en una especie de permiso indiscriminado para golpear o dañar a inocentes.

Millones de seres humanos han sufrido y sufren por injusticias que van contra derechos humanos fundamentales. El sufrimiento provocado por tantas situaciones de abuso por parte de delincuentes (aunque sean delincuentes con cargos públicos) no será superado sanamente si se provoca otro sufrimiento sobre inocentes con la excusa de defender una causa buena.

Frente al dolor casi infinito de las víctimas de las diferentes formas de injusticia, hay que reaccionar con modos adecuados y justos que permitan neutralizar las acciones de quienes dañan a otros, sin provocar daños sobre inocentes que no tienen culpa alguna.

Vale siempre el consejo que encontramos formulado en un hermoso texto de san Pablo: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12,21).

Solo así podremos avanzar hacia un mundo más justo, en el que la tutela de los derechos de todos empiece a concretizarse a través de acciones eficaces y respetuosas, también cuando se trabaja a favor de reivindicaciones justas con el uso de medios adecuados al bien común.

 


 

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