Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa
Sí, hay gente recluida en el pasado, soñadores escleróticos de un ayer que jamás volverá, momificados en vida, incapaces de mover el mundo cuando ni siquiera ellos mismos pueden moverse. Hay gente anclada en el presente, los pies puestos en la baldosa que en ese momento pisan, con lo que creen ser actuales cuando en realidad su presente está en trance de volverse pasado.
De poco sirve al estudiante estudiar para el examen y no para la vida, igual que a los jefes públicos o privados que saben programar solamente para lo inmediato, pero carentes de horizontes. Me da pena ver a los hombres del municipio que cubren los baches que dejó la lluvia con puñados de tierra que la próxima llovizna se llevará. A los hombres que han hecho la historia les interesaba el mañana mucho más que el hoy; porque entendieron que la patria, a pesar del nombre, es más la tierra de los hijos que la tierra de los padres. La historia existe, no porque haya habido un pasado, sino porque ese pasado fue, en cada instante de su transcurso, un presente lleno de porvenir, un futuro posible que se iba haciendo realidad.
La gente que vive proyectada hacia el futuro es la que necesita la nación para cambiarla y mejorarla, como un centro de gravedad a donde se dirijan pensamientos, proyectos y acciones. Plan para acabar la sequía en diez años en las zonas áridas: eso es, Señor Ministro, que usted resuelva no el problema de hoy, sino el de siempre.
El mandato del gobernante tiene un límite de tiempo, no así la solución de los problemas. Somos viajeros que perseguimos una meta, orientados hacia el porvenir, no anclados en un presente que nos limita transitar.
Luego aparece un líder iluminado que planea de cara al futuro; pero su sucesor, por orgullo, no prosigue; y otra vez empezar de cero, otra vez regresar al pasado con pérdida de tiempo, dinero e ilusiones.
La esperanza no representa solo un acicate en nuestro camino, sino la modalidad concreta de esta vida itinerante. Quien se detiene, se vuelve estatua de sal; quien camina, avanza y llega. Por eso los conductores de la nación deben soñar en grande y proyectar a futuro. Tennesse Williams tituló su obra Un tranvía llamado deseo, porque así se llamaba aquel barrio de Nueva Orleans a donde conducía dicho tranvía. ¿A dónde nos conduce usted, señor funcionario, señor líder? A satisfacer todos los deseos del pueblo, los deseos que conducen siempre a nuevos deseos.
Publicado en El Sol de San Luis, 6 de abril de 1996.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 2 de junio de 2024 No. 1508