Por P. Fernando Pascual

El Papa Francisco invita a la Iglesia, en vistas al año jubilar 2025, a renovar nuestro interés sobre la virtud de la esperanza.

Esa virtud ocupa un lugar clave en la bula para el jubileo, publicada el 9 de mayo de 2024 con el título Spes non confundit (la esperanza no defrauda), que cita un pasaje de san Pablo (Rm 5,5)

Por eso, como preparación para el 2025, y durante todo el año jubilar, puede ser de gran ayuda tomar en nuestras manos la encíclica sobre la esperanza que nos regaló el Papa Benedicto XVI el año 2007.

El título de esa encíclica era Spe salvi, palabras que se toman desde otro texto de san Pablo que dice lo siguiente: “en esperanza fuimos salvados” (Rm 8,24).

La encíclica permite acercarse a la esperanza desde una serie de perspectivas que se enriquecen mutuamente y que muestran una rica síntesis humana y cristiana sobre un tema tan importante.

El Papa Ratzinger explicaba, por ejemplo, cómo funciona la esperanza humana, esa que nos hace emprender proyectos, acometer tareas, involucrarnos en la búsqueda de un mundo más justo, mantener encendido el deseo de vivir.

También explica cómo se vive la esperanza a partir de la fe, una fe que, desde el bautismo, nos abre al horizonte de la vida eterna, según un deseo que los padres formulaban explícitamente para sus hijos en el rito del bautismo que se usaba antes de las últimas reformas litúrgicas.

Spe salve recoge, además, diversos testimonios de esperanza, en los que se ve de modo concreto cómo se puede vivir esta virtud. Así, encontramos los ejemplos de santa Josefina Bakhita, de san Pablo Le-Bao-Thin y del cardenal Nguyen van Thuan.

Dirige una mirada a la arqueología, al describir brevemente cómo eran los monumentos y sarcófagos de los primeros siglos cristianos, en los que se representaba a Cristo como pastor y como filósofo.

Presenta continuamente textos de la Biblia, sobre todo de san Pablo, que explican cuál sea el sentido auténtico de la esperanza cristiana.

Alude a debates de la filosofía moderna, que dio gran relieve a la esperanza, aunque también señala algunos límites que la actividad humana encuentra ante la terrible presencia del mal y de la muerte.

La encíclica desarrolla con amplitud el modo correcto de entender la vida eterna, esa vida que esperamos tras la muerte y que da sentido a la vida presente. Solo desde ese modo correcto la vida eterna deja de ser algo abstracto y confuso, para convertirse en una continua motivación en la vida presente.

En íntima relación con el tema de la vida eterna, aclara que la esperanza cristiana no es individualista, sino que incluye el esfuerzo continuo por ayudarnos unos a otros a alcanzar el bien en el presente y la salvación completa tras la muerte.

Spe salvi propone, en sus números finales, cuatro lugares en los que se experimenta y se necesita con más intensidad la esperanza humana: la oración, la acción, el sufrimiento y el juicio.

La encíclica de Benedicto XVI sobre la esperanza, con su riqueza de matices y su apertura a tantos horizontes humanos, se convierte en un hermoso subsidio para vivir con intensidad el jubileo del año 2025.

Concluimos con un texto de Spe salvi (n. 31) que ilustra el motivo más importante que sostiene la esperanza más grande: la acción de Cristo entre los hombres.

“Más aún: nosotros necesitamos tener esperanzas más grandes o más pequeñas, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza solo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto”.

 


 

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