Por Martha Morales
El que tiene celos trata de poseer, no de amar. El celoso tiene una relación destructiva. Se apega tanto al ser humano que cuando no logra lo que quiere, ataca. Cuando la persona no ama, odia, y la persona celosa odia. Cuando una pareja tiene celos uno del otro, tienen una relación destructiva, posesiva. No se puede confiar en una persona celosa porque va a traicionar, porque es una persona infiel; si no fuera infiel no sería celosa. Dice un dicho popular: “El que se las imagina es porque las hace”.
¿De dónde vienen los celos? De la capacidad del mal que se posee; de pensar que me están traicionando. Hay quien condena a las personas sin conocerlas. Ese es el espíritu del odio. No hay mejor policía que el policía que fue ladrón y se ha regenerado. Cuando una persona descubre que hay odio en su corazón, ya hay posibilidades de que entre la luz. Si se tiene un espíritu celoso se tiene odio, y no se descubre ni se supera sin la ayuda de Dios.
El espíritu del odio
El odio es un sentimiento de profunda antipatía, de repulsión, aversión o disgusto. La palabra odio que encontramos en el diccionario no es el odio que está en el corazón. Marino Retrepo explica que, el odio no se describe con palabras, se tiene que encontrar con la gracia de Dios. Hay cosas que no definiríamos como odio y lo son. El odio es un espíritu. ¿Cómo crece en nuestra vida? Comienza con la desobediencia. Cuando al niño se le permite hacer todo lo que quiere, se le deforma, se le hace caprichoso. La desobediencia hace al niño malcriado. La malcriadez es odio. Como el ladrón busca al ladrón y el borracho a otro borracho, el traicionero busca al traicionero y el espíritu de odio trae compañía.
El odio comienza a crecer con la indisciplina. A veces las personas les dan poco tiempo a los hijos. El hijo desobediente odia a todo el que no le da lo que pide, y se vuelve violento, ataca. Hay quienes no saben compartir, todo lo quieren para sí. El odio posee, cela y manipula.
No se puede confiar en una persona que habla mal de los demás porque esa persona no tiene amor. El amor que hay en una persona no es de ella, es de Dios. Para superar el odio hay que requisar el corazón. ¿Para qué hago las cosas?, ¿para mi gloria o para la gloria de Dios? Si lo hago para mi gloria, pierdo porque las obras del egoísmo son basura ante el Creador. Si lo que quiero es complacerme, tengo un espíritu de odio. Ese espíritu habitará en nosotros hasta el día de nuestra muerte. Hay que detectarlo para que no actúe, para que yo lo domine. Examinar ¿qué hay en mí que odia? Quizás la envidia, los celos o la malquerencia. Lo que encontremos, hay que desterrarlo, porque el odio nos puede envenenar poco a poco. Hay que tener compasión, caridad, benevolencia.
En las palabras de una persona se conoce la salud del alma. Podemos reconocer a una persona por lo que habla; si habla mal de los otros o habla vulgaridades, está intoxicada. No se puede confiar en una persona vulgar. La vulgaridad no es cultura, la vulgaridad es pecado, por eso hay que hacer consciente a esa persona de su vulgaridad. No nos podemos engañar. Tenemos que encontrar la paz y el amor en la verdad. El que lucha por vivir la humildad se cuida a sí mismo.
Para conocernos, hay que escuchar lo que decimos con espíritu crítico, para saber qué espíritu habita en nosotros. Si odiamos, Satanás habla por nosotros. ¿Con quién andas? Escucha lo que hablas. Nunca estamos vacíos; todo pecado es odio, toda virtud es amor. La actividad del odio siempre estará viva en nosotros pero hay que dominarla. Si hay mal genio o vanagloria, hay que dominarlos, pisarlos como se pisa una serpiente: en la cabeza. Pero esa serpiente es lisa y fácilmente se puede zafar y llegar hasta nuestra cabeza, por eso hay que estar vigilantes. El Señor conoce la lucha en que estamos, por eso nos dio los sacramentos. La Eucaristía nos da la fuerza para tener el odio a raya, para tener a la serpiente bajo los pies. La serpiente actúa con el veneno de la furia de la carne y del orgullo; pero Dios nos da la fuerza para poner al odio al margen, a través de la Eucaristía.
Cuando una persona descubre que hay odio en su corazón, ya hay posibilidades de que entre la luz.