Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Vamos, que la pobre gente está harta de tragedias, carestías, injusticias, violencias y olor a naftalina. A la gente le duele la cabeza: encefalitis aguda, ¿o crónica? Trae la bilis derramada, unas ojeras color violeta y el corazón sonando a marcapaso.

–¿Usted padece estrés, señor mío? ¿Padece insomnios? ¿Es usted pesimista? Luego es hijo de la posmodernidad. Recuerde usted al inválido protagonista de la película norteamericana Anatomía de una enfermedad. Desahuciado por los médicos, pidió que llevaran a su cuarto un televisor para ver filmes exclusivamente cómicos que lo hicieran reír, que lo mantuvieran en un constante estado de risa. Y se curó con sesiones de risa.

–¿Cuánto tiempo hace que usted no ríe?

–Unos cinco meses.

–En penitencia ríase dos veces después de cada alimento. Y atienda este consejo del escritor francés Chamfort: “El día en que no se ha reído al menos una vez, es un día perdido”. Afuera la pesadumbre, la solemnidad, la desesperanza, la recelosa misantropía. “La risa vale más que un regalo de leche”, dice el sagrado libro del Talmud. Los antiguos sentenciaron: si tus problemas tienen solución, ¿de qué te apuras? Y si no la tienen, ¿de qué te apuras? El triste y amargado no harán huesos viejos ni almas jóvenes; esto lo hubiera podido firmar Hipócrates, el padre de la medicina, en un recetario patrocinado, por ejemplo, por los Laboratorios Johnson and Johnson.

La gente que desea en serio curarse de la úlcera de estómago y de la úlcera del alma por vivir pesimista y desengañada, que se quita los anteojos oscuros con que todo lo ve oscuro, deje el malhumor y el negativismo, practique la virtud de la alegría —y virtud quiere decir fuerza—, y en vez de la careta bovina que trae, póngase una cara festiva, este es el verdadero look que necesitan quienes todo lo miran color de hormiga.

En sus Memorias, Alejandro Dumas cuenta que era un niño aburrido hasta llorar de continuo. Cuando su madre lo encontraba así, con lágrimas de aburrimiento, de hastío, le preguntaba:

–¿Por qué lloras?

–Porque tengo lágrimas, comentaba el niño.

–¿Y no tienes también risa?

Salomón, y su nombre equivale a sabiduría, afirmó que “un corazón alegre es la mejor medicina”. Porque la risa cura las llagas del alma, tónico para deprimidos, vitamina para tristes, buldócer que arrasa los demonios del estrés, remedio para sobrellevar con prudente paciencia, los inevitables problemas de la vida. “Mejor es reír que rabiar; cuando las cosas se toman a risa, las penas se mitigan y consuelan”, excelente consejo del novelista español Juan Valera. Elixir de larga vida, panacea para curar toda dolencia, la risa es tan saludable como el deporte, como la caminata entre los verdores del bosque, como dormir a pierna suelta ocho horas cada noche.

Por eso el poeta Pablo Neruda pedía:

Quítame el pan, si quieres,

quítame el aire, pero

no me quites la risa.

Artículo publicado en El Sol de San Luis, 23 de noviembre de 1991.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de junio de 2024 No. 1511

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