Por José Ignacio Alemany Grau, obispo

Reflexión homilética 30 de junio de 2024

La liturgia especial de este domingo nos lleva a hablar de la vida y a las fuentes de ella.

Quiero empezar recordando, para profundizar mejor, este texto del Deuteronomio:

«Pongo delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida para que vivas tú y tu descendencia amando al Señor».

Libro de la Sabiduría

Empieza diciéndonos que «Dios no hizo la muerte», todo lo creó para vivir y «las criaturas del mundo son saludables. No hay en ellas veneno de muerte».

Hay una advertencia muy importante para nosotros:

«Dios creó al hombre para la inmortalidad» y por eso creemos y repetimos que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.

¿Y cómo entró la muerte en el mundo?

La respuesta que conocemos por el Génesis nos dice hoy: «Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo».

Mantengamos el amor a la vida desde la concepción hasta la muerte natural.

Salmo 29

El salmista glorifica al Señor porque lo ha librado de sus enemigos:

«Me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa» y «sacaste mi vida de la fosa».

Debemos depositar nuestra confianza en el Señor de la vida y darle gracias a su santo nombre, porque su bondad dura para siempre.

Que nuestra existencia sea una continua acción de gracias al Señor porque ha cambiado el dolor en fiesta, y debemos agradecerle siempre.

San Pablo

Nos habla en un momento especial de su vida en el que tiene que pedir a los corintios una ayuda material para llevarla a los pobres de Jerusalén.

El apóstol da un significado especial al hecho de dar limosna:

«No se trata de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces.

Se trata de igualar. En el momento actual vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen y un día la abundancia de ellos remediará vuestra falta.

Así habrá igualdad».

Imitemos a la Iglesia primitiva que, en su momento, supo ser solidaria y colaborar con los pobres de Jerusalén.

Verso aleluyático

En este domingo, cuya idea central es amar la vida, este versículo de San Pablo nos explica cómo Jesús «destruyó la muerte y sacó a la luz la vida por medio del Evangelio».

También para nosotros el Evangelio debe ser la fuerza que nos ayuda a vivir y a compartir nuestros bienes.

Tengamos, pues, la Palabra de Dios en un lugar visible de nuestro hogar y meditémosla diariamente para poder cumplirla.

Evangelio

El evangelista San Marcos nos presenta a Jesús haciendo milagros en defensa de la salud y de la vida. Destacamos dos momentos:

Un jefe de la sinagoga, Jairo, que se echó a sus pies para suplicarle por su hija: «Mi niña está en las últimas. Ven, pon las manos sobre ella para que se cure y viva».

Jesús sigue a Jairo y, durante el camino, una mujer que padecía flujos de sangre le toca el manto «pensando que con solo tocarle el vestido curaría».

Y así sucedió en el acto.

Jesús preguntó: «¿Quién me ha tocado?». La mujer temblorosa se echó a los pies y le confesó todo.

La respuesta de Jesús, el Señor de la vida, fue: «Hija, tu fe te ha curado, vete en paz y con salud».

En aquel momento llegan unos enviados, de la casa del jefe de la sinagoga, que le dicen a Jairo que la niña ha muerto.

Jesús, que lo oye, le da una esperanza extraña: «No temas, basta que tengas fe».

Jesús llega a la casa, e ingresa con Pedro, Santiago y Juan. Al pasar entre la gente, el Maestro les reprocha sus gritos: «¡La niña no está muerta, está dormida!».

Aunque se reían de Él, «entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: “contigo hablo, niña, levántate”».

La niña se levantó y Jesús tuvo un detalle para terminar todo: pidió que le dieran de comer.

De esta manera, mientras Jesús está en la tierra hace milagros para demostrar la importancia que tiene la vida que nos ha regalado el Señor.

Cuidemos y amemos la vida.

 
Imagen de PublicDomainPictures en Pixabay


 

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