Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Las ideologías no pueden ir más allá del horizonte ‘post mortem’, -después de la muerte. Así, aunque se presenten como humanismos, como el humanismo positivista, como el humanismo marxista, o como el humanismo nietzcheniano, quedan atrapados en los límites del más acá, no dan el paso a la trascendencia, se hunden en la inmanencia de la ciencia, de la economía o del hombre que se empeña en ser dios, porque, dice el ‘loco’, personaje de Nietzsche, ‘Dios ha muerto’. Al final su objetivo es negar a Dios y, por tanto, negar el valor trascendente de la persona humana. Así se explica al hombre como una ‘pasión inútil’ y el tufo de la náusea sartriana. Lo peor es que viven la fantasía cruel de organizar el mundo y las políticas, sin Dios, en sus propuestas de humanismos exactamente contrarios a lo que propugnan, humanismos inhumanos.

Cristo Jesús, el Redentor del género humano, nos da desde la perspectiva de la fe la solución objetiva y real a nuestra problemática que, como un alud, cae sobre nosotros.

Nos dice Henri de Lubac en su obra ‘el drama del humanismo ateo’ (1943):

“La tierra, que sin Dios no dejaría de ser un caos, para convertirse además en una prisión, es, en realidad el campo magnífico y doloroso donde se elabora nuestro ser eterno. Así, la fe en Dios, que nada podrá arrancar del corazón del hombre, es la única llama donde se alimenta -humana y divina- nuestra esperanza”.

Conserva su perenne actualidad esa expresión que Jesús en el Evangelio (Mc 5, 21-43) dice a la mujer que sufría hemorragias incurables ante el hecho de solo haber tocado el manto del Señor; le dice a la mujer temblorosa y asustada: ‘Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad.’

Mujer desamparada, marginada legal y socialmente, avergonzada de sí misma, que había gastado sus bienes para salir de esa situación y que fue humanamente imposible, hasta su encuentro con Jesús. Jesús le devuelve no solo la salud, sino su dignidad y grandeza de mujer.

El hombre y la mujer tienen la misma dignidad de personas; la mujer no puede ser maltratada ni violentada.

Por nuestra parte, en nuestra condición de varones debemos valorar la dignidad de la mujer evitando todo modo de dominio. Tendríamos un mundo mejor si a la mujer se le respeta, se le trata con afecto y en verdad se le da el lugar que le corresponde como hija de Dios.

La guerra de sexos no conduce a nada bueno, sino a dividir a la sociedad y a las familias.

Jesús resucita a la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga. Dios en Jesús se manifiesta como el Dios que ama la vida.

Un día la muerte será vencida, nuestros dolores y sufrimientos, serán cosas del pasado (cf Ap 212, 4).

Jesús también pasó por la muerte, y ha resucitado, está vivo. Nos adherimos a él, él es nuestra fe que es vivida en la esperanza (cf Rm 8, 24).

Nuestro horizonte está más allá del tiempo y de las estrellas, en el abrazo definitivo e infinito del amor de Dios, por toda la eternidad.

El Dios verdadero, es el Dios fiel a sí mismo y a su proyecto de amor. ‘Dios no es Dios de muerto, sino de vivos, porque para él todos están vivos (Lc 20,28).

El proyecto de Dios va más allá de la muerte. Dios en Cristo Jesús, muerto y resucitado nos salva.

El ser humano no tiene por fin la nada, sino la plenitud del ser en el Ser divino.

 
Imagen de Tep Ro en Pixabay


 

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