Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

LOS SALMOS, ALMA DE MI ORACIÓN

Salmo que suplica, ardientemente, a Dios su ayuda y su justicia; confiesa personalmente su inocencia en calidad de orante. El orante confía que el Señor atenderá su causa y dará una sentencia favorable. El Señor puede dar testimonio de su inocencia. Confía en Dios porque salva a los que se refugian en él.

Tiene una petición entrañable: “guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas”. Es consciente de los enemigos que acusan, persiguen y atacan al orante como fieras que están al acecho. Deben éstos recibir su merecido.

Al final, el orante justo y suplicante contemplará el rostro de Dios y habrá de despertar en su presencia. Este verso final se ha interpretado y se le puede dar el sentido de la voz de Jesucristo en su pasión, de la voz de la Iglesia en la persecución y su aplicación a la resurrección.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de mayo de 2023 No. 1455

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