Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo Emérito de Querétaro

Que los católicos hayamos orado mucho durante estos últimos tiempos por nuestra patria es un hecho que nadie puede negar. Sobre todo, pidiendo al remedio de nuestras necesidades, que son muchas y graves. La oración de petición, recomendada insistentemente por nuestro Señor Jesucristo, ha sido practicada en la iglesia como un testimonio de fe en la Providencia divina, para que guíe nuestros pasos por el camino del bien, nos proteja del mal, incluido el mismo Maligno.

Con motivo de las recientes elecciones, que llaman ostentosamente las “elecciones del siglo”, los Obispos de México, sea unidos en Conferencia, sea cada uno en su respectiva diócesis, han instado a sus feligreses a elevar sus oraciones al Padre del cielo para tener unas elecciones justas y en paz.

Los que solemos asistir a los templos católicos, en las misas dedicadas a nuestra Madre Santa María de Guadalupe, le pedimos constantemente, desde hace muchos años, que “nos conceda crecer en el conocimiento de nuestra fe católica para buscar el progreso de nuestra patria por caminos de justicia y de paz”.

Como la práctica cotidiana peligra convertirse en costumbre y nos haga perder la conciencia y quizá hasta el interés por lo que estamos haciendo, es necesario reflexionar sobre su alto valor espiritual y social. Nadie ha orado tanto como los católicos. Y bien sabemos que no hay oración hecha con recta intención y con fe, que no haya sido escuchada. La Biblia tiene una imagen hermosísima sobre el tema. Dice que, así como los beduinos del desierto llevan un odre lleno de agua, y lo cuidan como un tesoro, así Dios recoge nuestras lágrimas en su odre, y nunca se olvida de nosotros. El Padre del cielo nunca pierde una gota de las lágrimas del pobre y necesitado.

Este domingo último pasado, la Iglesia nos ofreció en el texto de la liturgia, una oración que nos vino bien para el día de las elecciones: “Señor Dios, cuya Providencia no se equivoca en sus designios, te rogamos humildemente que apartes de nosotros todo lo que pueda causarnos algún daño y nos concedas lo que pueda sernos de provecho”. Así oramos todos los católicos.

Esto oramos y pedimos comunitariamente en la Misa por intercesión de nuestro gran sacerdote Jesucristo. Y seguro que nos escucha y nos escuchó el Padre del cielo. Pero los resultados no fueron de agrado para todos. Cada uno pidió por su candidato, pero Dios no podía contentar a todos. ¿Es esto verdad? Por supuesto que no. Dios nos escucha a todos, pero para cada uno tiene lo que “más le conviene”, lo que es de su mayor provecho, lo cual necesariamente no puede ser lo mismo para todos.

Es totalmente cierto que “la providencia divina nunca se equivoca”. Aquí lo que Dios nos está diciendo es que asumamos nuestra responsabilidad y que cada uno reflexione y discierna, lo que “verdaderamente le conviene”. Dios no cumple gustillos egoístas con los que pensamos ser escuchados al emitir nuestro voto. Ahora lo que nos toca a todos, porque a todos sin duda nos quedó alguna insatisfacción, es ver lo que viene, lo que debemos hacer y sin duda corregir. “Hemos de aprender que no podemos rezar contra otro… que no podemos pedir cosas superficiales y banales. Debemos liberarnos de las mentirillas ocultas con que nos engañamos a nosotros mismos”, nos enseña el Papa Benedicto XVI (SS 33). Y poner manos a la obra.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de junio de 2024 No. 1510

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