Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Estas preguntas que deben de hacerse al llegar al uso más o menos perfecto de la razón, difícilmente hoy se hacen: ¿Por qué y para qué vivir? La trivialidad de la vida nos invade. Se es incapaz de interioridad y se silencia el misterio de nuestro propio ser de personas, que es grande y maravilloso, como imagen y semejanza de Dios Amor. Somos seres para la comunión de amor divino y humano.

Se pretende constituir al ‘yo’ como la medida de todas las cosas, como en otro tiempo lo señaló el sofista Protágoras, -el hombre la medida de todas las cosas; hoy se entiende como autorreferencialidad, en un narcisismo enfermizo. El ‘yo’ es el valor absoluto no como principio de racionalidad objetiva, sino solo aquello inmediato que percibo, aquello que me satisface, las circunstancias que me favorecen. Esto propicia un aislamiento y una vulnerabilidad mayores. Se cae fácilmente en las obsesiones, en el estrés y en la cacería de emociones de cualquier tipo.

Lo circunstancial se constituye en un imperativo, propiciado frecuentemente por la publicidad masiva y manipuladora. Las modas ideológicas del momento se erigen como   verdaderas dictaduras, contra la buena, recta conciencia y una sana y completa filosofía sobre Dios, el hombre y las realidades menores.

Se pretende experimentar, supuestamente, un nuevo modo de libertad, cuando se es víctima, de una tiranía enmascarada de las pasiones desordenadas, que nos deja esclavos y vacíos.

Nos hace falta una buena dosis de reflexión que propicie una interioridad acorde con el misterio de nuestra condición de personas.

Es necesario el liberarse de las neurosis colectivas, patologías que anunció Freud en ‘el malestar en la cultura’(1930), por supuesto, sin la pretensión de asumir el fondo de su pensamiento, pero que nos habla ya de estas crisis sociales.

Sería conveniente el tener una visión sobre la ontología de la persona, para ir desentrañando su misterio. Sobre diversas acepciones, como la definió  Boecio (c. 480-524), y Santo Tomás de Aquino, a la persona humana: -‘sustancia individual de naturaleza racional’, como un todo unitario con individualidad y subsistencia.

Valdría la pena tener una visión de la persona en la perspectiva Trinitaria; la persona en el Misterio Trinitario, según lo plantearon San Agustín y Santo Tomas, la persona como ‘relación subsistente’ en Dios y analógicamente en la persona humana, entendida también bajo este concepto importante que orienta la relacionalidad de toda persona humana. Así la persona humana la podemos entender en su dimensión de creatura, procede de Dios y debe de entenderse como un don, con un valor absoluto e insustituible. De aquí su capacidad para recibir amor y dar amor, en este dinamismo que supere todo egoísmo y egocentrismo. La alteridad sana como apertura al tú humano y al Tú divino, propicia esta cercanía y valoración de todas las personas.

Se puede vivir esa comunión de personas, proclamada por san Juan Pablo II: la familia, comunión de personas, verdadera imagen de la Santísima Trinidad.

Así, una sociedad libre de patologías puede colaborar, bajo esta perspectiva, en el desarrollo sano y sanante de la persona humana.

Qué importante es propiciar ese encuentro sincero y humilde con Jesús, para vernos libres de los prejuicios familiares,-los parientes de Jesús consideraban que se había vuelto loco,  vernos libres de una visión equivocada de los pseudoreligiosos, -escribas y fariseos, que consideraban que el poder de Jesús era poder venido del maligno, de los espíritus perversos que en verdad propician la división; y por otra parte, estar abiertos al Espíritu Santo, Dador de todo bien ( cf Mc 3, 20-35) que nos propicia el verdadero conocimiento de Jesús, nos da la libertad de los hijos de Dios y propicia la vida interior en profundidad.

El pecado y blasfemia contra el Espíritu Santo, lo entiende el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1864) así:

’No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna.

Ciertamente se trata de una visión de fe y de salvación según la cual se debe de conocer la gravedad del pecado, como ruptura y rechazo a la voluntad de Dios, quien ennoblece a la persona humana al elevarla al plano sobrenatural del conocimiento y del amor divinos.

Más allá de las connotaciones señaladas por Santo Tomás de Aquino al respecto, como impugnar la verdad conocida, la desesperación, pretender salvarse sin los medios apropiados, etc., podríamos señalar este aislamiento, banalidades y trivialidades persistentes, que además de causar un daño personal, familiar y social, se cierran al don de la gracia, se hacen impermeables a la plena realización del amor.

Debemos de reflexionar, pues, por qué y para qué vivimos. La respuesta de la fe cristiana y católica, la expresa santa Teresa de Jesús en sus poemas, fruto de su experiencia contemplativa y de interioridad profunda: ‘Vuestra soy, para Vos nací’, es decir, yo para Dios nací; resume la razón de ser de toda persona humana: fuimos creados, redimidos y depositarios de los dones de Dios, partícipes de la naturaleza divina, en virtud de su amor infinito y benevolente.

Cito además otro verso de ‘vivo sin vivir en mí’, de la estrofa séptima: ‘Aquella vida de arriba, / que es la vida verdadera, / hasta que esta vida muera, /no se goza estando viva: / viva muriendo primero, /que muero porque no muero.

 
Imagen de Anna en Pixabay


 

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