Por P. Justo López Melús
ALIVIO DE CAMINANTES
Hay que fundar la Sociedad de la Sonrisa Gratuita. Sólo habrá una obligación: sonreír a todo aquel que se cruce con nosotros en calles y autobuses, elevadores y cafeterías. Al principio seríamos sospechosos: ese tipo algo buscará. Pero cuando vieran que no es así, la sonrisa se contagiaría y todos respirarían confianza y amor.
Una taquillera del Metro entregó a un viajero el cambio de dinero que la víspera había olvidado devolverle otra compañera.
–¿Y cómo sabe que soy yo? –preguntó el pasajero.
Sencillo. Mi compañera me dijo: “Da el cambio a ese señor que todas las mañanas sonríe y dice buenos días”.
Aún recuerdo la sonrisa de una taquillera cuando, volviendo de la Misa de Gallo, le felicité las Navidades.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de junio de 2024 No. 1510