Por Rebeca Reynaud
El misterio del pecado
¿Qué pasa en el corazón de los niños, de los jóvenes y de los adultos?
San Pablo habla de sí mismo: “Sé que lo bueno no habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer está a mi alcance, pero hacer lo bueno, no. Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo mal que n o deseo. Y si lo que no deseo es precisamente lo que hago, no soy yo el que lo realiza, sino el pecado que habita en mí” (Rom, 7, 18-20).
Hablar del pecado no está de moda; sin embargo, es preciso que lo consideremos. Habitualmente lo relacionamos con la transgresión de las normas morales. Esa es su parte visible; pero su realidad y su influencia están a un nivel más profundo, allí donde se juega nuestra relación con Dios y el cumplimiento de nuestra vocación. La realidad del pecado es un misterio que debemos considerar.
La realidad del pecado
El hombre puede hacerse la ilusión de que se basta a sí mismo y de que puede vivir al margen de Dios. Más aún, puede pensar que su realización y felicidad pasa por liberarse de esa dependencia.
El Génesis narra cómo Adán y Eva caen en la tentación de la serpiente (Cfr, Gén 3, 1-7). El tentador sabe cómo desestabilizar su corazón y mover su libertad hacia el pecado: si coméis del fruto prohibido, “seréis como dioses”. El pecado está en no aceptar que dependen de Dios y querer rivalizar con Dios. ¡Seremos como dioses!, eso los cautiva. La transgresión del mandato es la expresión de esa insubordinación. El pecado fue “abuso de la libertad”, “rebeldía contra Dios e intento de alcanzar su propio fin al margen de Dios” (Gaudium et spes, 13). Es decir, en la raíz del pecado está el querer apropiarse de los dones que Dios nos da, sin referirlos a Él, y el tratar de cumplir nuestra vocación divina sin recibirla de Dios.
Consecuencias
El pecado se juega en el corazón, pero tiene consecuencias en la vida ordinaria y en el trato con los demás. Todas sus relaciones quedan trastocadas:
– En sí mismo: ahora todo va a girar alrededor del egoísmo, que le encierra en sí mismo. Todas sus facultades humanas se oscurecen y le hacen difícil dilucidar su propio misterio. El pecado es una realidad operativa en nuestra vida.
– Con los otros hombres: El amor se convierte en dominio y la promoción mutua en competencia.
– Con la creación. Las creaturas dejan de ser dones recibidos y ya no remiten al Donante; se convierten en “ídolos”, y así, por un culto idolátrico, las arranca de las manos de Dios y de su proyecto salvífico y las convierte en “absolutos”. Hay gente que mira a su novio o a su esposo como un “dios”, como un ser “absoluto”.
No obstante, a pesar de que el hombre dé la espalda a Dios, el Creador permanece fiel a su criatura y le llama a volverse a Él. Más fuerte que el pecado es la misericordia que Dios nos ofrece.
FUENTE: Estas ideas han sido sacadas del libro de Juan Carlos Carvajal, Catequistas: testigos y pedagogos, al servicio de la pedagogía divina. CCS, Madrid 2024.