Fue en 1947, durante el gobierno del presidente Miguel Alemán, cuando se reconoció que la mujer tenía el derecho a votar y ser votada en los procesos municipales de México. Desde entonces y hasta ahora, ha sido una lucha constante por tomar un lugar importante en los diferentes ámbitos, incluso dentro de la Iglesia. Tan es así, que el Papa Francisco, al igual que sus antecesores, se han dado a la tarea de reconocer la labor de la mujer en el hogar, en la vida pública y dentro de la Iglesia. Así lo hizo en la encíclica Evangelii Gaudium:
“La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones. Por ejemplo, la especial atención femenina hacia los otros, que se expresa de un modo particular, aunque no exclusivo, en la maternidad. Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque «el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral» y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales”.
“Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente. El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder. No hay que olvidar que cuando hablamos de la potestad sacerdotal «nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad». El sacerdocio ministerial es uno de los medios que Jesús utiliza al servicio de su pueblo, pero la gran dignidad viene del Bautismo, que es accesible a todos. La configuración del sacerdote con Cristo Cabeza —es decir, como fuente capital de la gracia— no implica una exaltación que lo coloque por encima del resto. En la Iglesia las funciones «no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros». De hecho, una mujer, María, es más importante que los obispos. Aun cuando la función del sacerdocio ministerial se considere «jerárquica», hay que tener bien presente que «está ordenada totalmente a la santidad de los miembros del Cuerpo místico de Cristo». Su clave y su eje no son el poder entendido como dominio, sino la potestad de administrar el sacramento de la Eucaristía; de aquí deriva su autoridad, que es siempre un servicio al pueblo. Aquí hay un gran desafío para los pastores y para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto implica con respecto al posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la iglesia.
EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
Benecito XVI, en la audiencia general del 14 de febrero del 2007, destacaba la importancia de las decisiones femeninas en la historia de la Iglesia:
“La historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy diferente si no se hubiera contado con la aportación generosa de muchas mujeres. Por eso, como escribió mi venerado y querido predecesor Juan Pablo II en la carta apostólica Mulieris dignitatem, la Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una. (…) La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del `genio´ femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina”.
“Como se ve, el elogio se refiere a las mujeres en el transcurso de la historia de la Iglesia y se expresa en nombre de toda la comunidad eclesial. También nosotros nos unimos a este aprecio, dando gracias al Señor porque él guía a su Iglesia, de generación en generación, sirviéndose indistintamente de hombres y mujeres, que saben hacer fructificar su fe y su bautismo para el bien de todo el Cuerpo eclesial, para mayor gloria de Dios”.
Lamentablemente en la actualidad la mujer es agredida por el machismo, el feminicidio, y otras formas de violencia en su contra. Superar esta situación requiere del compromiso de todas las instituciones valorando en ellas, el don del amor maternal que es incondicional: es cristiano.
El genio femenino en la sociedad y en la Iglesia aporta un valor incalculable de maternidad eclesial y ternura evangélica, son transmisoras de principios que inspiran en la familia la vivencia del Evangelio.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de julio de 2024 No. 1513