Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Los niños tienen también sus males sagrados como los adultos, solo que los adultos los proclaman y los resuelven, mientras que los niños los callan o los ahogan en un vano sollozo.

Los males tradicionales del niño eran el sarampión, la varicela, las paperas, la amigdalitis, los males corporales que el médico resolvía con unas cápsulas de patente o la abuela con una lírica infusión de ruda. Hoy los niños, cada vez en mayor número y en los diversos estratos sociales y rincones geográficos, sufren el maltrato. Un maltrato que no se cura, sino que se agrava; porque los adultos, cada vez en mayor número, dejan rotos a los niños, les rompen la piel o el alma, por la maldita cultura de la violencia en que vivimos.

Las guerras no nacen en los escritorios, ni mucho menos en los campos de batalla, se incuban en el armamentismo de la conciencia. Esta misma interioridad descuadrada del adulto es la que guerrea contra los niños y los deja rotos. Los que maltratan mayormente a los niños son sus padres, unos padres que por no saber educar, prefieren el golpe al consejo, el zarpazo del zoológico al buen ejemplo. En sus pequeños hijos descargan los siete pecados capitales, la ira, la amargura, los fracasos de su vida conyugal, las frustraciones de su vida social y económica. Lo grave del caso es que ningún padre boxeador acepta que maltrata al niño, según se justifica diciendo que lo educa. En miles de hogares no hay hijos y padres, sino víctimas y verdugos.

Mucho más que los padres, maltratan a los niños los padrastros y madrastras, porque los sienten ajenos y estorbosos, carga moral y monetaria, advertencia de sus tristes aventuras de amor y celos. Tampoco faltan algunos mal llamados maestros que siguen creyendo que la letra con sangre entra. En la lista de maltratantes, habrá que añadir a inspectores y policías que agreden a los pequeños que trabajan en la calle, como lo denuncian periodistas de Guadalajara; les arrebatan la mercancía, los detienen y les aplican multas.

El maltrato más frecuente es la golpiza, la salvaje golpiza -Blue Demon vs. Angelillo Indefenso-; la violencia verbal y su chorro de maldiciones, la quema con cerillos y aceite, el hecho de dejar a los niños sin comer o encerrados en un cuarto oscuro. ¿Por qué estos señores tan valientes y estas señoras tan asépticas, no miden sus fuerzas con personas de su peso y edad, sino que se ceban con tiernos niños indefensos que jamás los denunciarán? La infancia es el único grupo humano que no puede reclamar sus derechos, el mundo silencioso que sufre y calla. En el Estado de Hidalgo, se reporta a las autoridades un promedio mensual de diez a quince niños torturados por sus padres; los casos que no se reportan en el país, suman un número alarmante.

El maltrato deja a los niños un moretón, una cicatriz, acaso una costilla rota; son más los traumas que le deja en el alma. Tienen miedo a sus padres, dejan de amarlos, se vuelven también ellos violentos o se tornan tímidos y asustadizos. Algunos abren la puerta de la casa y se van a la calle, donde los golpes de la vida son también sin miramiento.

Artículo publicado en El Sol de México, 2 de agosto de 1990; El Sol de San Luis, 25 de agosto de 1990.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 14 de julio de 2024 No. 1514

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