Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Es recurrente el convertir en lugares comunes las crisis de toda índole, que nos aquejan: familiares, sociales, políticas, ecológicas; campea la infravaloración o desconocimiento de la persona humana individual y social en su dimensión de comunidad y comunión de personas. Así se vislumbra un futuro catastrófico. Decadencia de los valores, decadencia del Occidente cristiano, decadencia de la cultura reducida a lo tecnológico e hiperinformático.

Se dan los empeños políticos, sustentados en ideologías socialistas, capitalistas; en partidos políticos desabridos, desangelados y corruptos, que laceran la democracia que debería apoyarse en ‘la verdad y en la libertad’, según el dicho de san Juan Pablo II.

De estos lugares comunes y de las personas que los apoyan por sus convicciones emotivas o intelectuales, surgen principal y frecuentemente los pretextos para no creer en Jesús. Ni siquiera se plantean los motivos de credibilidad para ser sensibles racionalmente a la categoría divina y humana de Jesús, quien, siendo Dios, persona divina, asumió una condición humana por medio de la Santísima Virgen María, Hijo de Dios e Hijo del Hombre.

Incluso puede Jesús ser rechazado por los que se dicen sabedores de la fe cristiana y católica o de aquellos que se quedaron en el recuerdo solo de haber sido bautizados o de haber recibido catequesis para niños de primera comunión, pero no dieron el paso a la experiencia profunda del creyente maduro.

Nos pasa algo similar a los paisanos de Jesús, los vecinos de Nazaret, quienes se asombraban de su sabiduría y milagros, pero no lo aceptaron, porque no era un escriba, un sacerdote o fariseo o de prosapia; porque su condición familiar y social era de un pobre carpintero, no alguien que tuviera títulos. Pretextos para no creer; prefirieron sus prejuicios sociales y religiosos para no abrirse a la Buena Nueva, al Evangelio de Jesús que invitaba a una vida nueva: ¿’Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas? Y no puedo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos’(Mc 6,1-6).

Es necesario acercarse a Jesús, libres de prejuicios y de pretextos, por supuesto, con un cierto conocimiento de los signos de credibilidad, como la profecía, el milagro y la majestuosidad de su enseñanza. Signos de credibilidad que podríamos sintetizar en el su Misterio Pascual, Cristo muerto y resucitado: es el signo cósmico o el milagro, es el signo histórico o la profecía, es el signo testimonial o el amor pleno hasta la muerte de Cruz. Acercarse con un corazón humilde, ‘cor ad cor loquitur’, de Newman, el corazón dialoga con el corazón.

Se curan de la incredulidad los que abren su corazón a su sabiduría y a su cercanía; él puede descubrirnos el misterio de su Persona y liberarnos de nuestros problemas existenciales e inquietudes.

El ser humano actual se ha encerrado en el pensamiento científico y se ha cerrado a la trascendencia del pensamiento racional. Puede poseer metodologías para aprender la realidad inmediata y sus análisis sesudos, pero sabe menos del sentido trascendente de la vida desde el misterio maravilloso de la ontología de la persona.

Redescubrir a Jesús para gustar su enseñanza y el arte de vivir como personas humanas redimidas por su amor.

Si queremos puede ser Jesús el Maestro de nuestra vida para liberarnos del egoísmo sofocante y carcelario.

Jesús nos ofrece el Amor salvador. Si pedimos ayuda al Espíritu Santo para abrirnos progresivamente a la presencia de Jesús, experimentaremos la paz y el gozo interiores, lejos de alteraciones religiosas, psicofísicas y  de neurosis.

 
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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