Por P. Fernando Pascual
Las tentaciones “pequeñas” tienen una astucia especial: nos presentan algo malo como si no tuviera importancia, y nos introducen poco a poco en la cuesta resbaladiza que lleva a pecados más grandes.
Es una idea que aparece en varios autores, y que expone de un modo bastante claro san Juan Crisóstomo en una de sus homilías.
Crisóstomo explica cómo un pensamiento, si queda atrapado por la tentación, se comporta como si estuviera borracho, y pierde la capacidad de resistir a nuevos ataques del mal.
Por lo mismo, invita a resistir desde el principio, a luchar contra aquellas tentaciones que podríamos llamar “cosas pequeñas”. Así lo explica el santo:
“Es que, cuando los pensamientos quedan prisioneros como de una borrachera o de una locura absurda, es muy difícil levantarse, si el que ha caído no tiene un alma muy generosa. Porque terrible cosa es, terrible, dar lugar a estas pasiones. De ahí la necesidad de rechazarlas a todo trance y de no permitirles la entrada en el alma. Porque, una vez que se han apoderado de ella y la dominan, como un incendio que estalla en un bosque, tal es la llama que allí levantan.
Por eso, yo os exhorto a que no dejéis piedra por mover a fin de cerrarles la entrada. Y no os consoléis con el pensamiento corruptor del alma y principio de toda maldad de los que dicen: ¿Qué importa esto, qué importa lo otro? He ahí el origen de infinitos males. Porque el diablo, que es muy perverso, sabe usar de mucha astucia, de mucha constancia y también de mucha condescendencia para la perdición de los hombres, y sus ataques empiezan por lo pequeño”.
Surge ahí la “necesidad de resistir a los principios”, porque si uno se descuida, lo pequeño tiende a convertirse en grande. Así sigue el texto de san Juan Crisóstomo:
“Por eso hay que poner todo empeño para cortarlos desde el principio. No miremos a la naturaleza de los pecados, no miremos a que son pequeños, sino a que, descuidados, se convierten en raíz de otros mayores. Y si es lícito decir algo sorprendente, yo diría que las grandes faltas no requieren tanta cautela como esas aparentemente pequeñas y sin importancia. Porque las grandes, la naturaleza misma del pecado nos las hace evitar, mas las pequeñas, por el hecho mismo de serlo, nos llevan a la negligencia y no nos dejan levantarnos valientemente para darles muerte. De ahí que, si nos dormimos, rápidamente se convierten en grandes”.
Luego explica este peligro con varios pasajes de la Biblia. En el fondo, se trata de darnos cuenta de que una negligencia en lo pequeño lleva al alma a perder la sensibilidad, y a introducirse poco a poco en cosas peores.
Hay que resistir en los principios: en los pensamientos, en las palabras, en los gestos. Ello resulta mucho más fácil y ahorra el peligro de tener que enfrentarse a una tentación ya crecida.
Desde luego, todo el trabajo por resistir a la tentación desde el inicio se apoya en la gran experiencia cristiana: tenemos un tesoro, que es nuestra fe en Cristo Salvador, que nos ha dado la gracia de llegar a “ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1,4).
(Los pasajes aquí reproducidos se encuentran en san Juan Crisóstomo, Homilía 86, de sus Homilías sobre el Evangelio de San Mateo).
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