Por P. Alejandro Cortés González-Báez

Hoy me preguntó una doctora si soy alérgico a alguna medicina. Le respondí que no. Que a lo único que soy alérgico es a los tontos…, me sacan ronchas, le dije. Ella me añadió que le pasa lo mismo con los tontos y los aburridos.

No cabe duda que vivir con una persona amargada ha de ser uno de los asuntos más difíciles de la vida. No entiendo cómo un ser humano se puede enamorar de alguien así.

Para comprometerse en matrimonio es necesario tener un cierto grado de madurez y ello exige, también, saber reír de tantas cosas divertidas incluyendo nuestras propias tonterías.

No tener la capacidad de sonreír es una deficiencia mayor comparable a la de la pólvora mojada. Si bien es cierto que hay que tomarse la vida en serio, dándole a cada asunto su valor y cumpliendo con seriedad nuestras obligaciones, no debemos perder de vista que, por lo mismo, hemos de sabernos responsables de hacerles la vida agradable a los demás.

Los amargados, entre otros motivos, pueden sufrir esta deficiencia al no haber recibido cariño durante los primeros años de vida: Nadie les enseñó a amar. En otros casos puede haber una influencia seria de egocentrismo y frustración vital, pues simplemente están inconformes con una vida injusta que no les ha dado lo que ellos creen merecerse.

Por otro lado, cada día se sabe un poco más sobre los trastornos depresivos. Aquí estamos en un ámbito distinto, ya que dichas patologías pueden tener causas químicas, psicológicas, de stress, espirituales, de violencia familiar durante la infancia, endógenas, hereditarias, por presiones sociales y laborales…, que rompen el equilibrio emocional y no dependan propiamente de la voluntad de quien las padece. Por otra parte, algunas no son fáciles de diagnosticar y mucho menos de remediar.

Quienes conviven con personas que sufren de depresiones o personas con bipolaridad no siempre entienden estos principios, y pueden confundir estas enfermedades con los vicios de la comodidad y el egoísmo, haciéndoles reclamos a los enfermos, lo cual raya en la injusticia.

Todos los seres humanos somos complicados. Claro está que en este grupo multiforme de enfermos también encontramos una cierta porción de egoísmo, ya que todos tendemos a ser egoístas, y el peligro estriba en que quienes se atreven a juzgarlos suponen que la depresión es una actitud de comodidad, de cobardía ante la vida, o sea que son culpables, y el remedio está en un cambio voluntario de actitud. Grave error.

No olvidemos que, según dicen los especialistas, todos somos susceptibles de sufrir de depresión; pero según nos demuestra la experiencia, también, y esto es más frecuente, de caer en la amargura del egoísmo.

Un buen diagnóstico médico, un tratamiento seguido con obediencia y perseverancia a los consejos del especialista; un sano y humilde desprendimiento de asuntos como la fama; el poder; la situación socioeconómica, la imagen ante los demás; y todo ello aunado a una vida espiritual equilibrada, aceptando la ayuda de un Dios que nos quiere como hijos, y el prudente y firme apoyo de la familia ayudan a mejorar la situación de quienes sufren estos padecimientos.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de agosto de 2024 No. 1517

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