Por Felipe Monroy
En un contexto de transformación global, la Iglesia Católica enfrenta el desafío de responder adecuadamente a un cambio de época, caracterizado por una evolución de paradigmas, sensibilidades y mentalidades.
Para Francesc Torralba, doctor en filosofía, teología, pedagogía e historia, la humanidad vive un cambio sustancial que implica una ruptura y una profunda transformación de la sociedad.
En un encuentro virtual con educadores, formadores y agentes de pastoral de México, el doctor Torralba, catedrático en la universidad Ramón Llull en Barcelona, académico de número de la Real Academia Europea de Doctores, miembro del Dicasterio de Cultura y Educación de la Santa Sede y del Comité Científico del Seminario Internacional de Harvard para el estudio de nuevos desafíos de la Escuela de Derecho, ejemplificó bajo cinco “claves” los desafíos antropológicos contemporáneos y cómo pueden ser atendidos desde la identidad y el servicio cristianos.
Para Torralba, la incertidumbre, la disrupción tecnológica exponencial, la interdependencia, la volatilidad global y la complejidad del mundo representan los cinco grandes rasgos que presenta este momento histórico de la humanidad e hizo algunas sugerencias sobre cuáles podrían ser las actitudes, las formas eclesiales para enfrentarse a estos cambios, transformaciones y mutaciones.
Torralba partió de la constatación de que el mundo contemporáneo vive un auténtico cambio de época: “No una época con algunos cambios, sino un cambio de época. Aristóteles distinguía entre el cambio accidental y el cambio sustantivo o sustancial. Yo creo que hablamos de un cambio sustantivo, lo que significa un antes y un después, una ruptura, un cambio donde todo está en proceso de transformación”.
Animó a la audiencia participante de la Primera Jornada de Formación de Agentes de Pastoral de Cultura, Educativa, Universitaria y del Deporte organizada por la Conferencia del Episcopado Mexicano a que, en este contexto de cambio, se contemple con atención “por un lado ruinas, lo que está cayendo, lo que se está desmoronando; pero también a los brotes verdes, a lo que están haciendo, movimientos, espiritualidades, lenguajes y sensibilidades”.
El primero de los cinco de los rasgos de cambio enumerados por Torralba fue la incertidumbre: “Las personas en diferentes continentes experimentan una sensación de no saber a qué atenerse en áreas como el trabajo, las relaciones personales, las crisis ambientales y sociales. Frente a esto, la Iglesia tiene la misión de ofrecer certidumbres antropológicas y éticas, abordando preguntas esenciales sobre la existencia humana y proporcionando orientación en el arte de vivir”.
El segundo desafío, dijo, se expresa en la disrupción tecnológica exponencial: “La aceleración del desarrollo tecnológico supera la capacidad de la sociedad para reflexionar y adaptarse adecuadamente. La Iglesia debe adoptar una postura de discernimiento, evitando tanto el tecno-optimismo como el tecno-pesimismo, y analizando críticamente los efectos de la tecnología en la vida humana y espiritual”.
La interdependencia es el tercer rasgo distintivo de esta época: “Vivimos en un mundo globalizado y frágil, donde las fallas en un sector pueden desestabilizar múltiples áreas. La Iglesia, con su experiencia de universalidad y solidaridad, debe fomentar mecanismos que eviten la indiferencia y promuevan la cohesión social”.
En cuarto lugar, Torralba describió el “mundo volátil” donde las instituciones y valores tradicionales se descomponen en partículas casi invisibles. Este fenómeno requiere una atención especial para comprender y adaptarse a las nuevas realidades emergentes.
Finalmente, abordó el asunto de la complejidad del mundo actual y explicó que ello demanda un diálogo interdisciplinar e intercultural. La Iglesia debe fomentar el diálogo para encontrar soluciones a los problemas complejos, evitando el populismo que ofrece respuestas fáciles pero ineficaces:
“Un mundo complejo -concluyó- requiere de diálogo interdisciplinar, intergeneracional e intercultural. El papa Francisco ha subrayado hasta la saciedad el valor del diálogo […] Frente a la complejidad tenemos que dialogar para buscar soluciones porque no hay soluciones milagrosas ni populistas. El populismo es un insulto a la inteligencia. Es ofrecer soluciones fáciles a problemas complejos. Y eso es un insulto a la inteligencia, aunque funciona electoral y políticamente porque crea ilusión, crea confianza y luego frustración porque no se resuelven los temas”.
En síntesis, el erudito compartió con los participantes de la Jornada cómo, en esta época de transformación, la Iglesia tiene la responsabilidad de ofrecer orientación y certidumbres, discernir críticamente los cambios tecnológicos, promover la solidaridad en un mundo interdependiente, y fomentar el diálogo en un contexto de complejidad creciente.
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