Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

La Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicada el 28 de febrero de 2024 sobre la dignidad humana intitulado “Dignidad Infinita”, duró cinco años para su elaboración y mereció la aprobación del Papa Francisco el 25 de marzo del mismo año.

La publicación trae el peso de toda su autoridad. “Estamos ante la publicación de un documento que, debido a su seriedad y centralidad de la cuestión de la dignidad en el pensamiento cristiano, necesitó un largo proceso de maduración”, pues, “en la cultura moderna, la Declaración de los Derechos del Hombre (1948), se planta como “la piedra miliar puesta en el largo y difícil camino del género humano”, decía san Juan Pablo II y, como “una de las más altas expresiones de la conciencia humana”, concluía el Papa Francisco.

La Fe Católica:

La dignidad del Hombre está en el centro de la fe cristiana. El hombre es hechura de Dios, su Imagen. Es hijo de Dios, redimido por el Hijo. Morada de Dios por el Espíritu que lo habita. Imagen esplendorosa de Dios por Cristo resucitado. Quien “toca” al hombre, toca a Dios. Su dignidad colinda con la divinidad: Es Infinita. Vea el Índice del Catecismo la palabra Hombre.

Proclamación solemne:

“La Iglesia proclama la igual dignidad de todos los seres humanos, independientemente de su vida o de su calidad”. En cualquier situación en que se encuentre. Tres verdades respaldan esta convicción cristiana:

1° Una imagen de Dios indeleble: La fe cristiana profesa que “el amor de Dios Creador ha impreso en el hombre los rasgos indelebles de su imagen (Cf. Gn. 1,26: Creó a “Adán”: la Humanidad). Creó al hombre y a la mujer, todos por igual, y en su totalidad. “La dignidad no solo se refiere al alma, sino a la totalidad, alma y cuerpo, es decir, a la “persona humana” como una unidad inseparable.

2° Cristo eleva la dignidad del hombre: El Hijo de Dios asumió plenamente la existencia humana al hacerse Hombre en el seno de María, y así “confirmó la dignidad del cuerpo y del alma que constituyen al ser humano”. Al asumir la “naturaleza humana”, “confirmó que todo ser humano posee una dignidad inestimable, por el mero hecho de pertenecer a la misma comunidad humana”. No importa su situación concreta: hombre o mujer, rico o pobre, sano o enfermo, creyente o ateo, nacido o embrión, todos tienen la idéntica –infinita- dignidad por el solo hecho de pertenecer a la naturaleza humana. No hay excepciones. Ninguna situación, ni autoridad, puede borrar la indeleble dignidad de la persona humana que recibe por pertenecer a la naturaleza humana.

3° Una vocación a la plenitud de la dignidad: La vocación es destino, es decir, marca la calidad del viandante. El destino del cristiano se llama Jesucristo glorificado: “Estaremos todos con el Resucitado”. “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la visión de Dios”. “El hombre que vive es la gloria de Dios, pero la vida del hombre consiste en la visión de Dios”.

Conclusión:

La Iglesia cree y afirma que todos los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios y recreados en el Hijo hecho hombre, muerto y resucitado, tienen y gozan, como don inestimable, de una “dignidad infinita”, que nada ni nadie –ningún poderoso– puede borrar, cualquiera que sea su situación cultural, biológica, social, doctrinal, política.

Esta “dignidad infinita” es el toque de gracia, bondad y belleza que Dios dejó en su obra maestra para que el hombre, de cualquier raza o religión, sea capaz de descubrirla, cultivarla y reproducir su imagen por toda la eternidad. “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” y glorificado.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de agosto de 2024 No. 1519

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