Por Rebeca Reynaud

¿Qué es hacer oración? Es hablar con Dios con confianza. Es contarle lo que llevamos en la cabeza y en el corazón; es decirle: “Ayúdame a hacer tu voluntad, pues sólo así seré feliz”. ¿Por qué es importante orar? Porque orar es amar.

Santa Catalina de Siena le preguntó al Señor cómo conocerlo y amarlo más. Jesús se le aparece y le dice:

Hija mía, ¿sabes quién eres tú y quien soy yo? Si lo sabes serás infinitamente feliz. Tú tienes que saber que eres la que no es, y Yo, el que es. Si guardas este conocimiento en el fondo de tu alma, el demonio jamás te podrá engañar, y evitarás así todas sus trampas, todos sus engaños, y sin sufrir por eso. Nunca harás algo que se oponga a mis mandamientos, y descubrirás todos los dones de la gracia y todas las virtudes del amor.

Santa Catalina de Siena dejó escrito: El alma que persevera en la oración humilde alcanza todas las virtudes. Más que éxtasis o arrobamientos, hay que pedirle al Señor que nos libre del amor propio desordenado, del egoísmo y de la soberbia, en suma, que nos libre de nosotros mismos.

“La oración es ante todo una actitud interior… En este mirar a Otro está la esencia de la oración como experiencia de una realidad que supera lo sensible”, dice Benedicto XVI. Para que un hombre sea lo que debe ser, debe ser un alma de oración. Un discípulo de Jesús lo refiere todo al Padre. El hecho de acompañar al Señor, de buscar la presencia del sagrario, de dirigirle miradas, sonrisas, canciones, es señal de que nuestro corazón está orientado hacia Él. Lo que nos distrae de la oración es la curiosidad, el querer saber noticias o ver el celular.

Para San Josemaría Escrivá la oración es “la humildad del hombre que reconoce su profunda miseria y la grandeza de Dios al que se dirige y adora, de manera que todo lo espera de Él y nada de sí mismo” (Surco, 259). Dicho de otro modo: orar es… ponerse uno en su sitio. (Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere, Plaza & Janes Ed., Barcelona 1995, p. 373).

Abandonarnos en Dios en la oración –dice Carlos Cancelado-, es decirle: “Padre, hágase tu Voluntad. Hágase tu Voluntad en esta y esta otra persona”. Ayúdame a trabajar en rendirme a Ti. Abandonarse es no desear nada para uno mismo. No desconfiar que lo que Dios decida por mí, es lo mejor. Dios me ha mandado a esta tierra, en este tiempo para amar, para regresar al Amor eterno. Si el amor es amar, Señor, enséñame a vivir en este tiempo amando, amando al estilo en que Tú amas, perdonando al estilo en que Tú perdonas, ayudar al estilo en que Tú ayudas; quiero llegar al Amor eterno sintiendo que hice el bien. Padre: Enséñame a caminar con Cristo, a donarme. Quiero rendirme a tu santísima. Voluntad. Te quiero en todo lo que pueden ver mis ojos, en todo lo que puedo tocar y palpar.

Mientras no digamos “hágase tu Voluntad”, no hacemos oración. Al Señor le gusta que le dediquemos tiempo en exclusiva, y no que a la hora de la oración hagamos otras cosas a la vez. No posponer la conversión. México tiene el 1er lugar de adoradores nocturnos. El hombre vale lo que vale su oración.

Jesús les enseña a los suyos que el origen del bien está en la oración. Nos enseña a decir en el Padrenuestro, “no nos dejes caer en tentación”, de la falta de unidad o de faltas de caridad. Para no caer en la tentación, dice Jesús, “velad conmigo”. Se trata de no caer en la tentación de contestarle mal a alguno. No caer en la tentación de retirarle el habla a Fulano porque me hizo una corrección… San Juan de la Cruz dice que es más precioso delante de Dios un poco de amor puro que todas las obras juntas.

Si hay deseos de agradar a Dios, habrá oración. Si hay oración no le retiramos a nadie el habla, nunca. Si a alguna no le hablo, desde ese entonces no he hecho verdadera oración. Si no le hablo es que soy un baboso, un necio, me gana la soberbia, estoy acariciando a la antigua Serpiente, y no me doy cuenta. A veces uno piensa: “¿Por qué pasan los meses y esta persona no se convierte?” La respuesta es muy sabida: porque no hace oración, quizás habla consigo misma, pero no habla con Dios. Otras veces condiciono mi conversión a que cambien las circunstancias, es decir, me pongo en el lugar de Dios.

San Gregorio escribió: Rezando alcanzan los hombres las gracias que Dios determinó concederles antes de todos los siglos. San Buenaventura afirma que el Señor tiene por traidor a aquel que al verse sitiado de tentaciones no acude a Él en demanda de socorro.

En el Libro de las Sentencias, Isidoro de Sevilla dice: “La oración nos purifica, la lectura nos instruye. Usemos una y otra, si es posible, porque las dos son cosas buenas. Pero, si no fuera posible, es mejor rezar que leer”.

La Virgen meditaba todas las cosas en su corazón, las que entendía y las que no entendía. Se fiaba de Dios. Pedirle ver todo a la luz de la fe.

 


 

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