por Jaime Septién

No era —ni es— “cool” hablar de las ventajas (insospechadas) de la educación católica. Siglos de adoctrinamiento oficial —exagerado ahora por la ideologización de la educación en México— nos han enseñado que las escuelas de monjas, curas o de laicos basados en una inspiración cristiana, son un fiasco: que lo único que hacen es ganar lana. En todos los niveles. De preescolar a universitario.

Pero, como decía aquella pegajosa canción “Pedro Navajas” del cantante panameño Rubén Blades, “la vida te da sorpresas”. Y una de ellas la que exploró y difundió recientemente la Universidad de St. Mary ‘s en Texas. Esta institución le encargó a la firma internacional de investigación de mercados y análisis de datos YouGov un sondeo sobre los alumnos que asistieron a universidades católicas, con la idea de medir los beneficios que éstas les proporcionaron, más allá del éxito profesional (aunque este también fue medido).

Estos son tres de los resultados relevantes del estudio en cuestión: los estudiantes de universidades católicas (cierto, en Estados Unidos y en nivel universitario, pero yo estoy seguro de que eso se puede trasladar a México, sin problema alguno) tienen una mayor percepción de la vida ideal y de su sentido; mayor realización social y comunitaria y mayor moralidad en la toma de decisiones. No quiero decir con esto que en todos lados y en todas las escuelas. Tampoco con todos los estudiantes. Pero hay un “sello”. El “sello católico” que, tarde o temprano (en unos demasiado tarde) resurge en esos tres ámbitos: sentido de la existencia, aprecio del otro y ética en la vida social y personal.

El error más grande consiste en creer que como por arte de magia el estudiante, desde kínder hasta finalizar sus estudios en la etapa que sea, va a ser educado solamente por la escuela. Tanto en ella como, principalmente, en la familia, el testimonio de sacerdotes y maestros, de religiosos y religiosas, de los papás, es esencial para sacar adelante mejores seres humanos. Y digo mejores, como sinónimo de exitosos. Porque para mí el éxito más grande de todos es que el niño, el joven, el adulto sea, simplemente, una buena persona.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de julio de 2024 No. 1516

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