Por Mary Velázquez Dorantes

Blanca Montes Reséndiz es una queretana de 85 años que ha servido a la Virgen de Guadalupe a través de la columna de peregrinas que caminan cada año hacia el Tepeyac. Su testimonio comienza cuando recibió un milagro por parte de la Virgen de San Juan de los Lagos, y durante dos años fue peregrina de a pie. No obstante, ella cree que la intercesión de la Virgen María en su salud es gracias al compromiso que asumió al brindarles alimentos a las peregrinas durante treinta años. Alcanzar a las peregrinas en el Sauz, esperarlas con comida caliente y bebida, de forma ordenada, es para ella una forma de agradecer las dádivas. En sus palabras comparte para El Observador de la Actualidad: “las peregrinas van buscando una respuesta de Dios a través de la Virgen, y con su cansancio demuestran la necesidad que tienen de esa respuesta”.

Prepararse para una jornada, con los alimentos adecuados, limpios y calientes es un motor de cada año, porque Blanca sabe en el fondo que la Virgen la cuida y protege por dar ese servicio: “ni como negarme a darle de comer a las peregrinas, porque la Virgencita siempre me ha dicho sí a mi y a mi familia, son muchos los milagros que ella ha logrado que se me concedan”. Cada año la peregrinación de mujeres fue un símbolo de fe entre Blanca y la Virgen, ella y su familia se preparaban para cada jornada, recibían la misa y a compartir los alimentos: “ver ese rostro agradecido no tiene precio, porque no siempre las peregrinas tienen un camino fácil, les venden botellas o servicios de salud muy caros, entonces cuando les ofreces un plato de comida y una bebida con todo el corazón, su rostro nos dice gracias”.

No lo ve como una manda, sino como un motivo que durante esos treinta años la acercaba a la Virgen de Guadalupe, sin importar los obstáculos que se pudiera presentar.  Blanca cuenta que a las 5:00 am preparaba todos los condimentos y materiales para el molino. Así iniciaba los preparativos de los alimentos. Subían todo a la camioneta y se dirigían al descanso de las mujeres peregrinas, durante el camino varios rostros la reconocían y le decía adiós mientras ellas pasaban al lado de la columna.

Cuando terminaban de alimentar al bloque de peregrinas, verificaban si quedaba alimentos para continuar un punto más adelante y así, alcanzar la columna de peregrinos varones o a los elementos de protección, que también les compartían comida. Escuchaban las alabanzas de las columnas que indicaban sus llegadas: “tengo en mi memoria cada año, ni siquiera las ollas y cacerolas he regalado, porque son un recuerdo del llamado que me hizo la Virgen.

Todos deberíamos darles algo a las peregrinas o peregrinos, porque Dios y la Virgen nos dan mucho”.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de agosto de 2024 No. 1517

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