Por Rebeca Reynaud
La primera amistad que hay que cultivar es con nuestros hermanos y compañeros de estudio y de trabajo. Un hermano es más que un amigo, es la mitad de nuestro corazón; los amigos son los hermanos que se eligen, pero los hermanos son amigos que se quieren; rezan unos dichos populares.
El beato Álvaro del Portillo escribió “filiación y amistad son dos realidades inseparables para los que aman a Dios”. Análogamente, entre fraternidad y amistad se da una íntima relación. La amistad alcanza su madurez cuando el bien que se desea para el otro es su felicidad, su fidelidad y su santidad. Esta amistad no es excluyente, sino que está abierta a los demás.
Hace años se publicó un libro para gente joven titulado: “Siempre alegres para hacer felices a los demás”. Y podría ser una consigna de vida. Dios nos quiere alegres y felices en esta vida y en la otra.
El esfuerzo por hacer la vida agradable a los demás es un empeño gustoso. Muchas veces nos encanta que nos inviten a tomar una botana o a comer, acompañados de amigas y amigos todo se mejora, sobre todo, porque ponemos lo mejor de nosotros mismos. Al paso del tiempo, el cariño es lo que recordarán los que convivieron con nosotros.
Somos un apoyo para los demás cuando estamos contentos y dispuestos a escuchar o a hablar. Somos un peso para los demás cuando ponemos cara larga o cuando mostramos modales bruscos. Podemos decir: “Es que me duele la cabeza”, entonces, si sonreímos, ganamos puntos ante Dios, y si no aguantamos más el dolor, podemos retirarnos pacíficamente para no herir a los demás.
Una de las cosas que nos hace felices es la amistad, dice Aristóteles, y es una gran verdad. La amistad es un apoyo y un estímulo constante para la misión que se comparte. La amistad implica llevarnos bien, no poner barreras.
Con nuestros hermanos y compañeros compartimos alegrías y proyectos. ¿Qué le gusta a cada uno en las fiestas? A unos el baile y las canciones, a otros el tequila y la botana; a otros más, los chistes actuados, los helados y los juegos de mesa.
Hay que descubrir siempre el valor de cada una de las personas que nos rodean. Una persona tiene muchas cualidades, por eso podríamos centrarnos más en ellas que en el defecto.
La felicidad personal no depende tanto de los éxitos que conseguimos, sino del amor que recibimos y del amor que damos. Y podemos pensar: “Es que no soy importante para los demás”. Si lo eres, además, ¡eres importantísimo para Dios!
Romano Guardini escribía: “Quien sabe de Dios conoce al hombre”. Conocernos unos y otros para amarnos. No cerrarnos con siete cerrojos. Sin conocimiento no puede haber amor de amistad. También dijo Guardini: “María hizo de Jesús el contenido de su vida. Esta es su grandeza”.