Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Los periódicos europeos abrían sus ediciones de hace pocos meses, con una escalofriante noticia: Holanda legaliza la eutanasia. Con el pretexto de una falsa piedad, quienes dicen querer tanto a sus enfermos, no encuentran otra solución que el exterminio.

Tal es la eutanasia que, en forma clandestina, se extiende por aquí y por allá. Te quiero tanto, vida mía, que para que no sufras, mejor te quito la vida. Poner fin directamente a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas, cualesquiera que sean los motivos y medios, convierten a los médicos en asesinos y a los familiares en sepultureros. Por favor, nadie se asuste de las palabras, sino de la realidad. Conforme la ley de Holanda, el hombre se erige en juez de la vida de sus semejantes según “ayuda a morir” a disminuidos psíquicos, recién nacidos con taras o ancianos seniles. En los tres casos, las víctimas no deciden, sino que sufren la decisión tomada por otros.

Mundo ilógico, por un lado, defiende la vida y por otro la extermina. La eutanasia es la negación de la medicina cuya razón de ser es la curación del enfermo, la mitigación de sus dolores y la ayuda en sobrellevar el trance supremo e la muerte. Hay un abismo entre ayudar a que el enfermo muera dignamente a provocarle la muerte misma. La eutanasia no es un recurso de la medicina, sino su negación.

Además de problema médico, la eutanasia es ante todo una cuestión moral. Y es que no se puede jugar con los límites de la vida sin correr el riesgo de asumir una autoridad que no tiene el hombre. Sorprende constatar que, cuando la sociedad evoluciona hacia un rechazo de la pena de muerte porque comprende que una autoridad humana no puede arrogarse ese extraño derecho de suprimir a un hombre, se dé a la vez ese movimiento de abrir la puerta a la eutanasia, que es un crimen contra la vida humana del que son responsables cuantos intervienen en la decisión y ejecución del acto homicida.

Quede claro, la interrupción de tratamientos medios onerosos, peligros extraordinarios o desproporcionados a los resultados, puede ser legítimo, ya que con esto no se pretende provocar la muerte, se acepta no poder impedirla; mientras que la eutanasia es la voluntad intencionada de acabar con la vida el paciente.

Lo que en verdad necesita el enfermo en su dolor es la cercanía real y afectiva de sus seres queridos, y la atención profesional y humanitaria del médico.

*Artículo publicado en El Sol de San Luis, 5 de noviembre de 1994.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de septiembre de 2024 No. 1524

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