Por Alejandro Cortés González Báez

Hace poco recordaba con agrado mi paso por mi queridísima Secundaria No. 3. También recuerdo el interés que ponían algunos profesores en enseñarnos las teorías de Darwin. Su nombre completo es Charles Robert Darwin Wedgood y nació el 12 de febrero de 1809, en Shrewsbury al oeste de Inglaterra. Hombre metódico y audaz.

En una de sus teorías afirma que el hombre y los primates descendemos de la misma especie animal, como producto del “evolucionismo”, que se da de forma natural e irracional en los seres vivos.

Considero que quien se atreviera a negar el evolucionismo, estaría cometiendo una gran torpeza, pues resulta evidente que, antes había mamuts y ahora en cambio, tenemos elefantes. Sin embargo, después de mucho tiempo, he podido estudiar y reflexionar con calma sobre aquella teoría y sus postulados, algunos de los cuales no me resultan del todo convincentes. Pero permítanme que les cuente una historia inventada por un buen amigo.

“Un bonito día de vacaciones, mientras una familia paseaba por la playa, el niño encontró una concha, y con gran gozo, se la llevó a enseñar a sus papás. Cuando la madre del pequeño la vio, dijo: “Mira qué hermosura; fíjate en esos colores tan bonitos; es la casita de un caracol, que se la dio Dios para que se pueda proteger de los demás animales del mar. En este momento, interrumpió el padre de familia -hombre “objetivo” y un tanto descreído quien, con actitud molesta, reclamándole a su mujer, exclamó:

“Ya estás otra vez tú con tus historias, mira hijo, comentó en tono solemne; ya es hora de que te enteres de algunos asuntos como es debido. Los “científicos” han obtenido, con procesos de alto control en laboratorios, el ácido ribonucleico, que es la forma elemental de la materia orgánica. Por otra parte, existe la teoría de que todas las constelaciones del espacio sideral tuvieron su origen en una gran explosión a la que siguieron otras, hasta que, de nuestro sol se desprendieron grandes cantidades de materia: esos son los planetas de nuestro sistema solar, los cuales se han ido enfriando poco a poco. Gracias a las combinaciones de elementos químicos, y por supuesto, con el pasar de “mucho tiempo”, esos elementos, combinados con la electricidad de los rayos, “formaron” el ácido ribonucleico, y a partir de éste, “se crearon” sistemas de vida muy elementales, que con el tiempo, se fueron “autoperfecccionando”, hasta llegar a los seres vivos superiores, y así hasta que se formó el hombre”.

Mientras el papá hablaba, sacó su pañuelo y se le cayó el encendedor que llevaba en el bolsillo. Hecho que capturó la atención de su pequeño. Cuando quien hablaba se dio cuenta, regañó a su hijo diciéndole: “Pon atención; te estoy tratando de explicar el origen de la vida y tú te distraes con cualquier cosa, por eso no te va bien en la escuela”. Entonces, el pequeño, mientras miraba el encendedor que había recogido de la arena, le preguntó a su instruido progenitor: “Oye papá, ¿cómo funcionan los encendedores?”. Después del obligado regaño por el cambio de tema comenzó una nueva y descriptiva narración, más o menos de esta forma:

“Fíjate bien; este depósito transparente tiene un líquido que parece agua, pero que en realidad es gas licuado a base de presión, arriba está sujeta una pieza metálica con hendiduras, que al girar en contacto con una piedrecita que tiene debajo, produce la chispa que enciende el gas, gracias a que, al mismo tiempo, el dedo pulgar abre la válvula para que éste pueda salir del recipiente”.

Después de la explicación, el pequeño hizo otra pregunta: “Oye papi, ¿y la naturaleza puede hacer encendedores?”, a lo que su padre contestó en un tono violento: “No seas tonto; claro que no puede. Pero el niño insistía: Pero vamos a suponer que caen muchos rayos y pasa muchisisisísimo tiempo, entonces ¿Sí puede hacer encendedores? notoriamente enojado le gritó: Que no seas necio, la naturaleza no puede hacer encendedores. Y hasta aquí el cuento.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de septiembre de 2024 No. 1521

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