Por Mario de Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
El reciente escrito del papa Francisco, exhortando tanto a los formadores de sacerdotes en los seminarios como a los fieles católicos en general, a tomar en serio el acercamiento a los libros, en particular a las novelas y a la poesía, sin duda alguna que provocará, aunque todavía a largo plazo, una mayor cercanía de la iglesia a la realidad, revitalizando la cultura católica desplazada por el liberalismo intransigente.
Es un lugar común que el pueblo mexicano lee muy poco, casi nada. Esto viene de muy atrás, a pesar de los esfuerzos de grandes promotores de la cultura como lo fueron Vasconcelos y Alfonso Reyes, excusándome de citar otros personajes de renombre. Esfuerzos notables no han faltado, pero el éxito ha sido escaso. Obstáculo mayúsculo ha sido, entre otros muchos, el asunto de las “ideologías”.
Desde que el objetivo de la educación se definió como un “apoderarse de las conciencias”, por el mar de la cultura nacional reman más barcazas con fusiles, como decía el poeta López Velarde, que naves señoriales a velas desplegadas. No hay nada más estéril que el pensamiento único; es decir, el de “alguien que solo sabe contar hasta uno” –lo suyo–, decía Amos Oz.
Comparados con tiempos pasados, los actuales se han visto enriquecidos con bibliotecas y librerías que están allí, pero pocas en uso. Además de a los precios, el pueblo teme a las ideologías. Esterilizan la mente. Hay que entenderlo. Mejor será abrir brechas entre la costumbre y la inercia, y emprender una campaña de entusiasmo y esperanza. Porque eso es la lectura, según el Papa.
Esperamos que la palabra del Pontífice tenga amplio eco no sólo en los seminarios sino también en el laicado católico (al menos), para volver a ocupar la sede que hemos dejado vacía. Si el compromiso con la patria nos constriñe, el mismo con nuestra fe nos urge, porque, al decir de san Juan Pablo II, una fe no inculturada se disipa con el viento, sople por donde soplare, como lo acabamos de ver en las justas electorales.
Como el desarrollo, el subdesarrollo suele ser integral. Personal y socialmente. Menospreciar la lectura “es una forma de grave empobrecimiento intelectual y espiritual de los futuros sacerdotes, que se ven así privados de tener un acceso privilegiado al corazón de la cultura humana y más concretamente al corazón del ser humano, a través de la literatura”, dice el Papa. Y lo que vale para los pastores, repercute en los fieles.
El lenguaje será siempre la mejor puerta de entrada para el Evangelio, pues el “Verbo de Dios se hizo cultura”. Este proyecto viene de lejos, porque Dios, al crear al hombre, “lo puso en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo guardara”. Verbos éstos de raigambre religiosa y sapiencial: “Culto, cultivo y cultura” son la tridimensión de una misma realidad pensante, el Hombre.
La gran batalla del cristianismo y de la cual ha logrado siempre sobrevivir, es porque este triple aspecto expresa al hombre en su totalidad. Une el cielo con la tierra, lo espiritual con lo material, la cultura con la fe: la relación del hombre con Dios (culto), cultivándose a sí mismo (cultivo), cultiva al mismo tiempo su entorno (cultura). Este es el verdadero “humanismo”, es decir, el auténtico camino para que el hombre despliegue en todo su esplendor su “humanidad”.
“Humanismo” es propiciar que el hombre sea lo que está llamado a ser. La cultura, en especial la literatura, es como el derramar en letras y frases el misterio que el hombre lleva en su interior. La novela y la poesía revelan el hombre a sí mismo y, superando el absurdo, se descubre como misterio y acierta a saber quién es. No solo existe, es.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 15 de septiembre de 2024 No. 1523