Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Al comenzar un nuevo año* ningún mejor augurio que esta inmensa bienaventuranza: Felices los pacíficos, felices los pacificadores.

Vivimos en una sociedad agresiva y violenta, fruto de una cultura que nos ha educado más para la confrontación y la competencia que para la convivencia y la solidaridad. El prójimo se ha vuelto un rival. La ciudad en un campo de batalla. El mundo, una serie de focos de tensión a punto siempre de estallar.

Paz en los corazones. Porque el corazón es el arsenal más peligroso rebosante de odio, soberbia, violencia, egoísmo, sed de venganza. La paz nace de una actitud de equilibrio interior, de espiritual armonía con la naturaleza y con las personas que nos rodean en casa, en el trabajo, en la comunidad. Únicamente los pacíficos pueden ser pacificadores.

Paz en las familias. Tantos esposos convirtieron su amor en lucha libre. Tantos padres educan a sus hijos con el látigo de la sinrazón, no con el consejo y el ejemplo. Tantos hogares viven en guerra de guerrillas.

Paz en la nación basada en la aceptación de que somos un país de diversas sangres y culturas, de diferentes ideologías filosóficas y políticas, las que lejos de causar enemistades, sirven para enriquecernos, así como los varios instrumentos musicales y las varias melodías confluyen a lo que verdaderamente llamamos un “concierto”. Sin pluralidad no hay unidad, sino monótona uniformidad.

La paz en la nación requiere la atención preferente a las zonas deprimidas, así como a las obras de absoluta necesidad contra la ostentación vanidosa y ornamental. Hace siglos, el bíblico profeta Isaías enunciaba la regla de oro de la paz: “La paz es el fruto de la justicia”. De suerte que mientras no haya justicia social ni justicia distributiva, la paz será ilusión vana y dificultad insalvable.

Paz en el mundo, que no es simple coexistencia, equilibrio del terror o mera ausencia de guerra. Nunca jamás la guerra. Nos oponemos a todo aquello que la prepara y hace posible: la carrera del armamento, la nuclearización, los bloques militares, el imperialismo de las superpotencias que subyugan y sangran y endeudan a los países débiles; nos oponemos al derroche de las naciones industrializadas frente al hambre y miseria de las subdesarrolladas, así como al injusto desorden que hoy priva en la economía internacional.

Somos conscientes de la utopía de estos planteamientos; pero también creemos que las utopías comienzan a realizarse en el momento en que unos hombres pacíficos se convierten en pacificadores.

*Este artículo fue publicado en El Sol de San Luis, el 7 de enero de 1995, justo cuando comenzaba el régimen encabezado por Ernesto Zedillo Ponce de León. Nos pareció importante el llamado de monseñor Peñalosa, ahora que comienza Claudia Sheinbaum al frente del Ejecutivo.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de septiembre de 2024 No. 1525

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