Por P. Fernando Pascual

Se cita con frecuencia una frase de Pablo VI: “El humo de Satanás ha entrado por alguna rendija en el templo de Dios” (homilía del 29 de junio de 1972). Muchos reproducen esa frase con una fórmula ligeramente modificada: “El humo de Satanás ha entrado en la Iglesia”.

Esta frase sirve como aviso a un gran peligro: que el mundo y su mentalidad entren entre los católicos.

Ello ocurre cuando dejamos a un lado el Evangelio y nos dedicamos a reflexiones basadas solo en teorías humanas sin ninguna apertura a Dios.

Ello ocurre cuando muchos ya no creen en el pecado y buscan soluciones a los problemas humanos fuera del misterio de Cristo Salvador.

Ello ocurre cuando la pastoral se orienta más al uso de métodos psicológicos y sociológicos y olvida la importancia de los sacramentos.

Ello ocurre cuando libros o folletos que se presentan como “Catequesis” no son capaces de explicar lo que significa la gracia y lo que significa la misericordia.

El mundo entra en la Iglesia no solo respecto de criterios e ideas, sino también en modos de vivir que claramente van contra los mandamientos y contra la moral católica.

El deseo desordenado de riquezas, la búsqueda de placeres sin frenos, el olvido de la santidad del matrimonio, incluso la defensa de comportamientos degradantes, son señales de ese mundo que destruye la fe y aparta a los bautizados del camino cristiano.

No podemos permitir que el mundo, con sus engaños y apariencias, destruya la fe de miles de bautizados, incluso de quienes, como sacerdotes, deberían dar la alarma ante los engaños que van contra la verdad católica.

Necesitamos el valor de los mártires y la ciencia de muchos obispos y sacerdotes fieles que, como tantos hermanos nuestros de los primeros siglos, supieron defender con la vida y con la palabra la belleza de la fe.

Ese valor llegará si nos acercamos al Maestro, si vivimos los sacramentos, si estudiamos el “Catecismo de la Iglesia Católica”, si acogemos desde una fe sencilla y confiada lo que nos enseña nuestra madre, la Iglesia, cuando se mantiene fiel a Cristo y a su Evangelio.

 


 

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