Por P. Fernando Pascual
En las diversas “historias” que se cuentan sobre personas y sobre hechos del pasado, encontramos no pocos errores, incluso falsedades, que se difunden ampliamente y que son aceptados como verdaderos por muchos.
Podemos poner dos ejemplos, sobre los cuales ya había hablado, hace años, Vittorio Messori. El primero se refiere a la frase “¡Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos!” El segundo, a otra frase atribuida a Galileo Galilei “Eppur si muove!”.
La primera frase es usada con frecuencia para denunciar la crueldad de los “cruzados” que lucharon en el siglo XIII contra los cátaros (o albigenses).
La frase se sitúa en el contexto del asedio de la ciudad de Béziers, el año 1209, y habría sido pronunciada a la hora del asalto, para “motivar” a una masacre generalizada con la excusa de que, si alguno fuese inocente, Dios lo salvaría…
Aunque diversos estudiosos han puesto en duda la frase en cuestión, ha sido tan divulgada que muchos la dan por incuestionable. Incluso reaparece, de vez en cuando, en importantes medios “informativos”.
La segunda frase suele repetirse cuando se habla del proceso a Galileo Galilei. Según una narración repetida numerosas veces, Galilei fue obligado a retractarse públicamente de sus ideas sobre el movimiento de la Tierra alrededor del Sol.
Tiempo después (alguno dice que mientras estaba ante el tribunal que lo condenó), Galilei habría susurrado o exclamado “Eppur si muove!” (Sin embargo, se mueve), como reafirmación de su creencia de que es la Tierra la que se mueve alrededor del Sol.
Esta segunda frase fue inventada, según parece, muchos años después del juicio a Galilei, por un periodista italiano llamado Giuseppe Baretti mientras se encontraba en Londres…
La lista de errores en narraciones que, supuestamente, ofrecerían datos interesantes de historia, es larguísima y tiene sus orígenes en los primeros relatos sobre el pasado que los hombres fueron elaborando.
Lo que sorprende es que algunos errores, que han sido oportunamente desmentidos, siguen en circulación, incluso gozan de una sorprendente “salud”.
Hay dos sencillas estrategias, entre otras, para dejar a un lado invenciones o falsedades en las narraciones de historia. La primera consiste en observar qué fuente informativa usa quien propone un dato como si fuera un hecho del pasado.
Si alguien habla de las matanzas de los albigenses sin aludir a ninguna fuente documental, o usa alguna crónica de poco valor y difícil de verificar, podemos dudar de su “información”.
La segunda estrategia es más difícil, pero resulta necesaria para derribar mitos y falsedades sobre el pasado. Consiste en emprender un paciente trabajo de investigación para ir hacia atrás y averiguar quién o quiénes empezaron a divulgar cierta información y desde qué documentos.
Por desgracia, ni estas ni otras estrategias serán suficientes para desmontar la cómoda creencia de millones de personas que consideran como verdades históricas afirmaciones que serían falsas.
Pero al menos ayudarán para que los espíritus sanamente críticos desconfíen de “informaciones” que se repiten sin apoyos serios, y para que emprendan investigaciones que permitan acercarse, en la medida de lo posible, a un mejor conocimiento de los hechos que entretejen la compleja e interesante historia humana.
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