Por Jaime Septién

Hace 22 años el cardenal Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, ordenó sacerdote al padre Marcelo Pérez, quien fuera asesinado el pasado 20 de octubre al salir de misa en el barrio de Cuxtitali. Hoy, monseñor lamenta su muerte y la situación de violencia que se vive en Chiapas, y en el resto del país, por la presencia del crimen organizado y la falta de control de parte de las autoridades. En entrevista, denuncia la situación y resalta el trabajo incansable del padre Marcelo para mantenerla paz y la justicia entre los pueblos indígenas.

¿Qué es lo que está pasando en San Cristóbal de las Casas y en Chiapas?

Es un reflejo de lo que está pasando en todo el país. En Chiapas, durante muchos años, era el cártel del “Chapo” Guzmán el que dominaba todo el territorio, para el paso de drogas hacia Estados Unidos. Vivíamos en una paz relativa. Era un solo cártel el que controlaba todo. Ahora llegaron otros cárteles y pelean por controlar territorios, sobre todo en la Sierra de Chiapas, como son Motozintla, Bellavista, Mazapa de Madero, junto con sus vecinos de Frontera Comala y Chicomuselo.

¿Qué buscan estos cárteles?

Quieren controlar el territorio, no tanto para pasar droga, sino para extorsionar a la población local y particularmente a los migrantes que pasan por ese lugar. Ese es su negocio más redituable. Para que los dejen pasar, les cobran cientos de dólares. Si pagan, les ponen algunas marcas para que puedan pasar por otros lugares del país sin sufrir otras extorsiones. Este es su negocio más redituable.

¿La Iglesia ha denunciado esta situación?

Lo hemos denunciado ante autoridades federales, estatales y locales, pero el gobierno no encuentra una forma eficaz de evitarlo. Piden que los afectados presenten denuncias, para proceder legalmente, pero nadie se atreve a denunciar porque se exponen a peores represalias. El gobierno debe implementar sistemas de inteligencia para desmantelar a estos grupos que basan su poder en armas de alto poder que poseen.

¿Todo el Estado se ha visto afectado por esta forma de operar?

Esto es en gran parte de Chiapas, que es igual a lo que sucede en tantas otras partes del país. La situación en San Cristóbal de Las Casas tiene otros matices. Allí lo que predomina son grupos armados locales, que luchan por el control de mercados y transporte público, pero que, en sus pleitos, afectan a la población civil y dañan enormemente al turismo.

¿Qué hay detrás del artero asesinato del padre Marcelo Pérez?

Las autoridades están investigando y han detenido al presunto asesino del padre Marcelo. Lo que algunos vemos detrás de este asesinato es que hay grupos de poder político y económico en municipios indígenas, no en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, que veían al padre Marcelo como una amenaza para sus ambiciones de poder local, porque él denunciaba injusticias contra los más desprotegidos, pero siempre procurando la paz y la reconciliación en las comunidades indígenas.

Llegó a ser acusado de formar porte de algún grupo criminal, ¿es así?

Él no era parte de un grupo, sino quien procuraba que no se cometieran abusos por ninguna de las partes. Por ello, algunos lo consideraban su enemigo y contrataron asesinos para que lo eliminaran. Sin embargo, esta no era una lucha sólo del P. Marcelo, sino de la misma diócesis y de otras organizaciones civiles, por lo que este camino seguirá, siempre procurando la paz y la justicia en las comunidades, sobre todo indígenas.

¿Quién era el padre Marcelo y qué significa su asesinato?

El padre Marcelo era sacerdote de la etnia tsotsil. Fue el primer sacerdote indígena que ordené, en abril del año 2002, con ritos litúrgicos propios de la cultura acordes con las normas de la Iglesia. Fue un hombre de oración y de compromiso social, ambas cosas. No fue un mero activista social, ni un líder político, sino un pastor de su pueblo: muy centrado en la Palabra de Dios, en el Magisterio de la Iglesia, y por ello muy comprometido con la lucha por la paz, la justicia y la fraternidad entre los pueblos originarios.

El asesinato del padre Marcelo es otro signo de la descomposición social de nuestro país, por la violencia exacerbada, por la impunidad ante tantos crímenes, por la libertad de acción que tiene el crimen organizado. Hagamos lo que nos toca, para que haya paz y justicia entre nosotros.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de noviembre de 2024 No. 1530

 


 

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