Por P. Joaquín Antonio Peñalosa
La calle peatonal hierve de gente que lleva paquetes con envoltura de regalo. No hay dinero, pero hay un niño en casa. ¿Cómo dejarlo sin juguete esa noche que viene, que ya está aquí? Diciembre comienza en noviembre y Navidad, la escenografía navideña y escarchada que asoma por los escaparates, se adelanta más y más cada año. El comercio es el Calendario del más antiguo Galván que impone fechas y celebraciones.
La gente cruza por entre puestos de collares, vendimias de muñecas, mesas de suéteres, a escoger, tenderetes improvisados, mostradores de urgencia, vitrinas de dulces, exhibición de mantas puestas sobre el vivo suelo, la oferta a voz en cuello y la demanda afónica. Una hilera de trabajadores con olor laboral de ocho horas espera el camión que los llevará desde el paraíso artificial del centro hasta la melancólica colonia de ladrillos y escombro.
De pronto la calle peatonal huele a paraíso. Porque el paraíso terrenal, el celeste y el que imaginó Dante en la Divina Comedia, los tres deben oler a gardenia. Una mujer bajita, morena, percales oscuros, grandes ojos tristes, ofrece gardenias al paso de la gente: Gardenias a mil quinientos pesos (15 pesos actuales N de R.).
Algunos transeúntes que han salido de los almacenes, del cine, del café, se acercan a olfatear. No compran, con el olor se conforman. La vendedora de gardenias me dice que las ha traído desde Orizaba. Fueron precisos ochocientos kilómetros de tedio y esperanza para que la mujer llegara (a San Luís Potosí) esta tarde, hasta esta calle peatonal, con su cesta de perfumes vivos, inmaculados.
No lejos de la vendedora de gardenias está un puesto de periódicos. La misma noticia ha caído en un monótono chipi-chipi sobre los periódicos de estos días. Puebla: los comerciantes establecidos cierran sus puertas en protesta del “ambulantismo” (atención, lingüistas, con la nueva palabra peripatética). Nezahualcóyotl: las calles de la ciudad están invadidas de vendedores ambulantes. San Luis Potosí: la otrora hermosa Alameda parece un tianguis. Guadalajara: por todas partes surgen puestos y vendimias. León: el comercio organizado se pronuncia contra la rivalidad de los comerciantes informales que, por otra parte, apenas pagan impuestos.
Unos a nombre de la Estética, otros a nombre de la Economía, se oponen airados y contundentes contra el comercio callejero del pobrerío. De un pobrerío urgido por el pan, por la renta, por el pago de la luz que, ante la situación de injusticia llamada desempleo y subempleo, no tiene más salida que salirse a la calle a vender cualquier cosa.
La pobreza fue siempre ingeniosa, desde los pícaros españoles de los siglos de oro hasta el mexicanísimo Periquillo Sarniento y sus descendientes de carne y hueso que hoy han tomado calles, plazas, esquinas, jardines para su humilde y versátil comercio de hormigas afanosas.
La vendedora de gardenias me mira desde sus percales oscuros y su hambre morena.
-Si en cinco días no vendo las flores, se me habrán marchitado. ¿Con qué dinero podré regresar a mi tierra?
Calle arriba huele a paraíso. Si en cinco días no se venden, se habrán marchitado las gardenias y con ellas, también, su vendedora de grandes ojos tristes.
* Artículo publicado en El Sol de San Luis, 3 de diciembre de 1988.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de noviembre de 2024 No. 1533