Por Jaime Septién

Más que una carta para “celebrar” la llegada de un nuevo año, el mensaje del papa Francisco para el primero de enero, Perdona nuestras ofensas, concédenos la paz, por intercesión de María Reina de la Paz, es un grito de alerta y un signo de esperanza como no hay ninguno otro en el horizonte terrestre.

Alerta por las terribles guerras que sacuden al mundo: las notorias, como las de Rusia e Israel, las ocultas, como las de México, Siria o Burkina Faso. La amenaza nuclear se ha convertido en un fantasma que cobra vida. Y el cambio climático está golpeando a todos, ricos y pobres, haciendo valer aquello que decía el propio Francisco cuando la pandemia del covid-19: que estamos en la misma barca y que o salimos juntos o nos hundimos todos.

Dos temas son fundamentales en las acciones propuestas por el Papa para lograr la paz en el 2025, año jubilar de la Iglesia católica (por lo tanto, año de esperanza, robustecimiento de la fe y acción): desarmar la búsqueda de poder y desarmar el corazón no solamente de los poderosos, sino de cada uno de nosotros. Siguiendo el ejemplo de santa Teresa de Calcuta, el testimonio individual es una gota en el océano, pero es una gota indispensable para que el océano sea océano.

Me gusta mucho la frase con que concluye el mensaje: “desarmar el corazón”. Porque es el único en lograr la paz. Lo explica hermosamente: “un corazón que no se empecina en calcular lo que es mío y lo que es tuyo; un corazón que disipa el egoísmo en la prontitud de ir al encuentro de los demás; un corazón que no duda en reconocerse deudor respecto a Dios y por eso está dispuesto a perdonar las deudas que oprimen al prójimo; un corazón que supera el desaliento por el futuro con la esperanza de toda persona, es un bien para este mundo”.

Solo un corazón desarmado va a cambiar el camino al abismo. Y 2025 es el reto.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de diciembre de 2024 No. 1538

 


 

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