El modo en que vivió el indígena san Juan Diego, desde su nacimiento hasta las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, es causa de numerosas controversias ya que varias investigaciones —lo mismo eclesiásticas que seculares— realizadas después de 1990, año de su beatificación, han descubierto nuevos datos que «trastornan», por así decirlo, el esquema de la escueta biografía que solía manejarse. Seguramente en años futuros se podrá armar una visión mucho más precisa de este santo, una vez conciliados todos los hallazgos históricos y testimoniales que lo involucran. De lo que sí hay total certeza es de lo fundamental: su humildad cristiana, que le valió de parte del mismísimo Cielo el calificativo de «el más pequeño».
Por Diana Rosenda García Bayardo
San Juan Diego nació en 1474, no en México-Tenochtitlan (Ciudad de México) sino en lo que hoy es el estado de México. Él no era azteca sino chichimeca.
¿De Texcoco o de Ecatepec?
En el NicanMopohua se lee que era «un pobre indio, de nombre Juan Diego, según se dice, natural de Cuauhtitlán». ¿Pero de qué Cuauhtitlán se trata?
Casi siempre se ha manejado que Juan Diego fue originario del pueblo de Cuauhtitlán, que pertenecía al reino de Texcoco y que hoy es parte del municipio de Cuautitlán, México (llamado así para distinguirlo del de Cuautitlán Izcalli) .
Pero recientes investigaciones, como las del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) o las del Centro de Estudios Mesoamericanos, sostienen que nació en el pueblo que hoy se llama Santa Clara Coatitla, ubicado en el municipio de Ecatepec. El nombre Coatitla («Lugar donde hay serpientes») suena parecido a Cuautitlán («Lugar entre los árboles»), y de ahí podría venir la confusión.
¿Noble o macehual?
La lengua materna de Juan Diego fue el náhuatl; y su nombre original, Cuauhtlatoatzin. Otros agregan Ixquixóchitl.
Cuauhtlatoatzin suele traducirse como «águila que habla» o «el que habla como águila»; aunque, en realidad, la terminación tzin es un sufijo reverencial que se empleaba en el lenguaje honorífico, por ejemplo, para dirigirse
a los ancianos o a funcionarios públicos. También se utilizaba en el núcleo familiar como una forma cariñosa; por eso en el Nican Mopohua, cuando la Virgen dice «Juantzin, Juan Diegotzin», se traduce «Juanito, Juan Dieguito».
Sin embargo, si la terminación tzin formaba parte de un nombre propio, indicaba que éste era un tlatoani —o sea un gobernador, rey o monarca— o al menos de clase noble. Así, Cuauhtlatoatzin, más bien significa «el señor águila que habla» o «el señor que habla como águila». Si sólo fuera «águila que habla», el nombre indígena de Juan Diego habría sido Cuauhtlatoa.
En otro documento muy antiguo, el Nican Motecpana, escrito por Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, se asegura que Juan Diego perteneció a la nobleza indígena. Sin embargo, esto parece contradecir al Nican Mopohua, en el que Juan Diego dice ser un macehualtzintli, un «hombrecillo». Los macehuales constituían la clase social baja, sólo por encima de los esclavos.
Si fue noble, quizá después de la conquista de los españoles Juan Diego quedó reducido a nada, como en general les sucedió a casi todos los indígenas, pasando a ser en la práctica unos macehuales, unos excluidos.
Para los que abogan por un Juan Diego de la clase baja, la descripción qué él hace de sí mismo llamándose nicnotlapaltzintli («hombre de campo», «jornalero»), nimecapalli («mecapal», «cordel» o banda con dos cuerdas a los extremos que servía para cargar las cosas a la espalda sostenidas desde la frente), nicacaxtli («angarilla», «parihuela» o «escalerilla de tablas»), nicuitlapilli («cola»), natlapalli («ala»), nitco ca nimamaloni («llevado a cuestas», «conducido») y nonenemian (una «carga»), sería un reflejo de la condición social en la que había nacido.
Para los que sostienen que fue noble, lo anterior podría ser señal de lo que sentía con los demás nativos al pasar a ser insignificantes en la nueva sociedad.
Pero, desde el punto de vista cristiano, es muestra de que en ese momento ya poseía claramente la virtud de la humildad, que no es sinónimo de pobreza pero que sí es una característica de los verdaderos santos. Ya sea que hubiera renunciado a sus privilegios, que le hubieran sido arrebatados por los que ahora dominaban, o bien que nunca los hubiera poseído, el hecho es que interiormente se ha despojado de sí mismo, a imitación de su Señor y Salvador Jesucristo (cfr. Flp 2, 7), y ya no es más que un don nadie.
El Cielo, es decir, Dios mismo, puesto que la Virgen no hace ni dice nada contrario a la voluntad divina, le dice algo que es el mayor cumplido que se le puede hacer a un creyente:
«El más pequeño de mis hijos», que otras veces se traduce como «Hijo mío, el menor».
No importa cómo llegó a esa situación, pero el hecho es que en ese momento, cuando apenas iniciaban las apariciones, ya era grande en santidad porque había aceptado voluntariamente ser pequeño en todo lo demás.
Sus ascendentes
La mayoría de las investigaciones más actuales sostienen que Juan Diego Cuauhtlatoatzin era nieto de Netzahualcóyotl —el singular poeta y monarca chichimeca de Texcoco, quien, en medio de un ambiente politeísta, lanzó la idea de la existencia de un único Dios verdadero—; y su padre, hijo de Nezahualcóyotl y también poeta, habría sido Nezahualpilli, quien gobernó Texcoco de 1473 a 1515.
Si Cuauhtlatoatzin no aparece entre los hijos sobresalientes de Nezahualpilli es porque sólo fue uno más de sus 144 hijos. Debido a su clase social, Cuauhtlatoatzin fue instruido en el sacerdocio y en el artedelaguerra, consiguiendoelgradode Caballero Águila.
Además, parece que por un tiempo fue señor de Tepetlaoxtoc; además encabezó la participación de los habitantes de ese lugar en la toma de Tlatelolco, del lado de los españoles, en 1521.
Sus descendentes
Las biografías menos actualizadas dicen que Cuauhtlatoatzin tuvo una sola esposa y ningún hijo; otras dan la versión de que adoptó a un niño. Además, se suele añadir que, tras recibir los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio, los esposos decidieron vivir en castidad absoluta.
Parece que estas posturas se generaron por causa de Lorenzo Boturini; aunque por las fuentes históricas —por ejemplo, los testimonios de los frailes franciscanos— no había ninguna duda en que Juan Diego sí tuvo hijos. El hecho fue ignorado por este el historiador del siglo XVIII que pretendía a toda costa defender la virginidad absoluta de Juan Diego como una gloria singular para este santo laico.
En el testamento de una de las nietas de san Juan Diego, de nombre Juana María Berdeja, se lee que tuvo dos esposas, llamadas Papatzin y Malitzin.
Cuando, al igual que Juan Diego, abrazaron el cristianismo, se bautizaron con los nombres de Beatriz y María Lucía, respectivamente. Al parecer, Beatriz dio a Juan Diego un hijo y dos hijas, y María Luisa dos hijas.
La primera esposa, Papatzin, era una princesa que apenas tendría 6 años cuando fue casada por su padre, Cocopin, señor de Tepetlaoxtoc, con Cuauhtlatoatzin. De esta unión nacería su hijo Tlilpotonqui Ixquixóchitl.
A la muerte de Cocopin, Cuauhtlatoatzin se habría convertido temporalmente en señor de Tepetlaoxtoc hasta que Tlilpotonqui, el legítimo heredero, estuvo listo para gobernar, algo que ya ocurría a la llegada de los españoles; de hecho, Tlilpotonqui participó con su papá en la toma de Tlatelolco.
Se dice que la segunda esposa de Cuauhtlatoatzin Malitzin (María Lucía) era hija de Juan Bernardino, el tío de Juan Diego que vivía en el pueblo de Tulpetlac.
Su conversión
Con el inicio de la evangelización, Cuauhtlatoatzin y sus familiares, incluido su tío, esposas e hijos, abrazaron la fe católica y pidieron el Bautismo.
Fue cuando tomaron los nombres cristianos. Cuauhtlatoatzin, además, asumió el apellido Cortés, quedando su nuevo nombre como Juan Diego Cortés Ixquixóchitl. Su hijo tomó el nombre de Diego Miguel Cortés Ixquixóchitl Tlilpotonqui, y las dos hermanas de éste fueron conocidas como Isabel Cortés y Ana Cortés.
Juan Diego decidió contraer matrimonio sacramental con María Lucía, mientras que Beatriz quedó libre para casarse cristianamente, lo que hizo con Fernando Ixtlixóchitl. Beatriz falleció en 1568.
María Lucía murió mucho antes, en 1529, a causa de una epidemia de cocoliztli (sarampión).
¿Rico o pobre?
Terminada la conquista española (13 de agosto de 1521), comenzaron los despojos. Por ejemplo, Hernán Cortés se adjudicó en encomienda a Texcoco y luego a Tepetlaoxtoc. Por tanto, don Diego Tlilpotonqui, el hijo de Juan Diego, que hasta entonces había sido el tlatoani de Tepetlaoxtoc, fue despojado de su señorío; pero Hernán Cortés le dejó en compensación 265 casas.
En cuanto a Juan Diego, a la muerte de María Lucía se mudó a Tulpetlac para vivir con su tío y suegro Juan Bernardino, el cual evangelizaba ahí mismo, y en Xalostoc y Coatitla, llevando una cruz que él mismo mandó labrar en cantera.
A veces se dice que Juan Diego y Juan Bernardino tenían sus tierras y casa en el calpulli de Tlayacac, que es parte del pueblo de Cuautitlán; sin embargo, ésas son tierras comunales que se pueden dejar para el uso de los hijos pero que no se pueden enajenar por ser propiedad común del calpulli o barrio. Pero el Nican Motecpana dice que el santo fue dueño de vastas propiedades heredadas de sus padres y abuelos, así que parece que pertenecieran a un calpulli. Ellos, más bien, como dueños legítimos, debieron tener la responsabilidad de la manutención y del bienestar de otras familias de trabajadores.
Un viudo ejemplar
Juan Diego era un viudo de 57 años cuando en 1531 se le apareció la Virgen en el Tepeyac. En las Informaciones Guadalupanas de 1666, que fue la primera investigación formal realizada por la Iglesia sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe, Juan Diego aparece como un hombre muy devoto y religioso, reservado y de un carácter místico; hablaba poco y hacía penitencias frecuentes.
Después de la muerte de María Lucía, se acercó mucho más a la Iglesia y vivía para apoyar en todo a la celebración de la Eucaristía.
Cuando vivía en Tulpetlac, debía caminar 14 kilómetros para llegar a Tlatelolco, donde participaba los sábados y domingos de la Santa Misa y recibía clases de instrucción religiosa.
Fue durante estas largas caminatas que la Madre de Dios se le apareció cuando pasaba por la ladera del cerro del Tepeyac.
Después de las apariciones
Luego de las apariciones de la Virgen y de que se estampara la bendita imagen en el ayate de san Juan Diego, éste le pidió permiso al obispo fray Juan de Zumárraga para vivir en la ermita que el prelado mandó construir para albergar la imagen de la Guadalupana.
El otro vidente de la Virgen, Juan Bernardino, quiso hacer lo mismo para estar junto a su sobrino sirviendo a Jesús y a su Madre, pero Juan Diego le pidió que se quedara en Tulpetlac a fin de cuidar la herencia familiar de casas y tierras porque había que seguir velando por las familias y trabajadores que estaban bajo su cuidado.
Así se hizo; pero más tarde se erigió en Tulpetlac otra ermita, dedicada a la Quinta Aparición de la Virgen de Guadalupe, cuando curó a Juan Bernardino.
En cuanto a la ermita del Tepeyac, Juan Diego desempeñó con devoción los humildes oficios de cuidar, barrer, cargar y encargarse de todo lo relativo a esta primera «casita sagrada» pedida por la Madre de Dios.
Él no vivía dentro de esta pequeña capilla, sino en un cuarto pegado a la ermita. Juan Diego ocupaba largos ratos en oración ante la milagrosa imagen. También, con permiso del obispo, comulgaba tres veces por semana, cosa muy rara entonces para un seglar. Además, ejercitaba la mortificación —por ejemplo, se ceñía cilicio de malla— y hacía ayunos.
Siempre atendía con gran amabilidad a todos los peregrinos, que llegaban a todas horas para ver la imagen y conocer la historia de las apariciones. Ése fue el gran ministerio de Juan Diego: evangelizar a quienes acudían a la ermita del Tepeyac, y dar testimonio de su experiencia con la Virgen.
Decidió llevar sobre sí una manta con una copia de la Virgen de Guadalupe, que es descrita como «de una tercia de larga y una cuarta de ancha» y que usó hasta el final de sus días.
Su muerte
Después de dedicar 16 años al servicio de la Virgen de Guadalupe, san Juan Diego, que tenía entonces 74 años, murió en 1548, o sea el mismo año del fallecimiento de fray Juan de Zumárraga.
El santo indígena fue sepultado en la ermita, igual que lo fue su tío Juan Bernardino, que había muerto el 15 de mayo de 1544, a los 86 años, a causa de la peste, no sin antes —según relata Ixtlilxóchitl— recibir una nueva visita de la Virgen de Guadalupe para informarle que les había llegado su hora de morir, pero que ella estaría a su lado y lo llevaría al Cielo puesto que le había servido con fidelidad.
El día exacto de la muerte de san Juan Diego no es claro; la mayoría sostiene que fue el 30 de mayo, pero otras fuentes proponen el 12 de junio como el día de su entrada en el Cielo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de diciembre de 2017 No. 1169