Por Jaime Septién

Un viejo dicho de los estudiosos de la comunicación es el acuñó el sociólogo canadiense (y católico) Marshall McLuhan: «El medio es el mensaje». Frente al  «Acontecimiento Guadalupano», y para entender la actualidad del mensaje de la Virgen de Guadalupe a los mexicanos, a todos los cristianos, habría que transformar ese dicho en el siguiente: «El mensajero es el mensaje».

«Juan Diego cumple plenamente su labor como intercesor y modelo de santidad, ya que cada uno de los que contemplamos la imagen y el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe, nos lleva al Amor de Dios, por lo que nos disponemos como otros Juan Diegos que tratamos a la Madre de Dios como Madre nuestra, nuestra Niña del Cielo», escribe el padre Eduardo Chávez en su libro Juan Diego, una vida de santidad que marcó la historia (Porrúa, 2002).

Tres elementos marcan al mensajero: obediencia, sacrificio y temor de Dios. Si se cumple el mensaje en nosotros, el Amor de Dios se derrama en nuestros corazones. Y tenemos una Madre de ternura, que nos guía desde el Tepeyac para transformar al mundo, de la mano de su Hijo. Nunca solos. O con nuestras propias fuerzas.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de diciembre de 2017 No. 1169

 


 

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