Por Rebeca Reynaud
Todos los seres creados dan gloria a Dios. Los montes, los ríos, las nieves, los océanos y el universo son majestuosos con su sola existencia y lo reflejan en su armonía y belleza.
El ser humano no es uno más en la escala de la creación. De todas las criaturas visibles, sólo el hombre es capaz de conocer y amar a su Creador (Gaudium et spes, 12,3); “es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (Idem 24,3).
El hombre es la unión de dos coprincipios en una sola sustancia, de forma que el cuerpo del hombre participa de la dignidad de la “imagen de Dios”. El cuerpo humano a estar animado por el alma espiritual y está destinado a ser, en Cristo, templo del Espíritu (cfr. CEC, 364). Esta realidad nos hace capaces de conocer y de amar. Por eso podemos dominar el cosmos -verlo con telescopios gigantes-, tener conciencia de nosotros mismos, percibir que los demás también son un “yo” único, descubrir y tratar a Dios, amarlo escogiéndolo como fin de nuestra vida y orientar nuestra vida a darle gloria cumpliendo su voluntad.
Dios creó todo para el hombre, y el hombre fue creado para conocer y amar a Dios, y devolverle la creación, o bien, ofrecerle la creación (cfr. CEC, 358).
Dignidad humana, racismo, xenofobia (fobia a lo extranjero) y discriminación
No somos algo, sino alguien. Somos personas humanas hechas a imagen de Dios, por eso nuestra relación con Dios, con los demás y con el cosmos es particular, con la singularidad de un sujeto que es único y que es capaz de amar libremente, y de allí la razón de la grandeza humana y “la razón fundamental de su dignidad” (cfr. CEC, 356).
A la vez esta dignidad intrínseca de la persona, es la razón en que se apoya la radical igualdad de todos: en su ser y en su libertad de obrar (cfr. CEC, 1930).
Cualquiera de las circunstancias que se den no alteran la condición de la persona: raza, lengua, condición social, cultura, salud, ser embrión, joven, adulto o anciano, etc.
Además, el sujeto humano es un ser esencialmente relacional. Una estudiante de Filosofía de la UNAM hizo su tesis sobre las relaciones humanas. Investigó a fondo el tema y llegó a lo fundamental: las relaciones intratrinitarias. Nosotros también tenemos relaciones de filiación, fraternidad, amistad, amor a la ecología, amor a la Patria, etc. Toda la estructura del ser humano ha sido “diseñada” para el amor, y el amor supone una inclinación a vincularse con alguien, con Dios y con los demás.
La discriminación se define como “seleccionar excluyendo”, todo lo hacemos de algún modo al elegir a las amistades. Así, damos trato desigual a las personas, pero podemos faltar a la caridad con esa actitud. Podemos dar un trato desigual por motivos raciales, religiosos, políticos, de edad, de sexo, de condición física o mental. Es decir, se trata de un trato desigual injusto, no simplemente algo “diferencial”. La discriminación, en su acepción negativa, no tiene justificación.
El racismo es una forma de exaltación de una etnia que atribuye a una raza capacidades superiores y derechos exclusivos. Se puede dar también el racismo a un colectivo como el desprecio a los gitanos, a las personas de color o el antisemitismo. En suma, es considerar cualquier raza como inferior.
La xenofobia consiste en el “odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros”. Es especialmente grave cuando se dirige a los más débiles como a los refugiados o inmigrantes. Son también discriminaciones injustas todas las que eliminen o limiten el respeto a la vida, por ejemplo, atribuyéndose el derecho de decidir quién debe vivir, sea el niño en el seno materno o el anciano inválido y pobre, lo que es contrario al plan de Dios (cfr. Gaudium et spes, 29,2).
Dimensión antropológica de la sexualidad
Juan Ignacio Bañares escribe: “El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios. Ambos son “imagen de Dios”; en su ser reflejan la sabiduría y la bondad del creador (CEC, 369).
La persona humana tiene una “dimensión sexuada”, que la abarca y la configura por entero. La persona es mujer y varón en todos los aspectos de su vida: biológica, psíquica y espiritual. La igualdad radical, ¿en qué reside? En el hecho de ser persona; la diferencia se asienta en “el modo” de ser persona. Mujer y varón son “presentaciones distintas” de la misma y única realidad personal, encaminada a una comunión peculiar.
La afirmación de la heterosexualidad se asienta en la diferencia natural entre persona femenina y masculina. La diferencia está en el modo de ser persona. Los franceses exclaman: Vive la difference, “¡Viva la diferencia!”.
Esta base de igualdad y diferencia permite una relación intersubjetiva peculiar, en la que cada una aporta y recibe: Surge de allí un enriquecimiento complementario y la posibilidad de ser padres. El amor conyugal supone el don y la recepción de cada uno precisamente en lo diferencial.
El matrimonio no es una forma de cohabitación sexual legitimada, sino conyugalidad. Esta unión exclusiva y permanente es requerida por la dignidad de los hijos que puedan venir, y por su cuidado y educación. ¿Cómo asegurar la armonía conyugal? Hay una conferencia de Tomás Melendo Granados en YouTube que aborda este tema con profundidad.
La ideología de género es la última batalla del enemigo, decía Joseph Ratzinger. Es parte de un movimiento neo-marxista que se aleja de la economía y se acerca a la cultura como foco de las disputas políticas. Sostienen que el sexo no se basa en la biología, sino que es una “construcción cultural”. Lo cierto es que no todos los amores agradan a Dios, como el amor propio desordenado o el amasiato.
Las personas con atracción al mismo sexo, mientras no lo ejerciten en actos, es una auténtica prueba. Debe ser acogidos con respeto, comprensión y delicadeza. Se evitará todo signo de discriminación injusta, también con las personas que han caído. Estas personas están llamadas a la santidad, a cumplir la voluntad de Dios y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz de Cristo, las dificultades que puedan encontrar debido a su condición (cfr. CEC, 2358).
La exhortación apostólica Amoris laetita subraya el amor incondicional de Cristo hacia todas las personas sin excepción. Toda persona ha de ser respetada en su dignidad y acogida procurando evitar todo signo de discriminación injusta. Todos estamos llamados a la castidad, también las personas con tendencia homosexual, mediante virtudes de dominio de sí y de acudir a la oración todos los días. El hombre, grande y admirable, es “más precioso a los ojos de Dios que la creación entera”, para él existe la totalidad de la creación (San Juan Crisóstomo).
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