Por Diana Rosenda García Bayardo
El 31 de julio de 2002 el Papa san Juan Pablo II canonizó al indígena mexicano san Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Sin embargo, hasta la fecha no faltan personas que aseguran que san Juan Diego no existió, que se trata de una mera figura simbólica importante, pero no histórica.
Algunos negacionistas
Entre los que han negado la existencia del santo vidente de la Virgen y, por tanto, de la aparición de la Madre de Dios en el Tepeyac, hay hasta clérigos, entre ellos:
► Guillermo Schulenburg Prado, por 33 años abad de la Basílica de Guadalupe y que falleciera en 2009. Desató una gran polémica cuando en los años 90, en entrevistas para diferentes medios, tanto nacionales como internacionales, declaró que Juan Diego era «un símbolo y no una realidad», y que la imagen de la Virgen de Guadalupe era «producto de una mano indígena y no de un milagro».
► Manuel Olimón Nolasco, licenciado en historia de la Iglesia por la Universidad Gregoriana de Roma. En 2002 publicó su libro La búsqueda de Juan Diego, afirmando que «en vías de canonización se encuentra más un mito y un símbolo que un ser de carne y hueso».
► Stafford Poole, un sacerdote e historiador de la arquidiócesis de Los Ángeles, California, que en 2006 publicó Las Controversias Guadalupanas en México, don de continuó disputando la historicidad de Juan Diego a pesar de que el indígena ya había sido canonizado en 2002.
«Silencio» que originó dudas
Ellos, claro, no fueron los primeros en negarlo. Por ejemplo, ya lo había hecho el historiador español Juan Bautista Muñoz en una disertación del 18 de abril de 1794, en la que centró toda su postura antiaparicionista en el argumento de que no hay escritos que hablen de las manifestaciones de la Virgen de Juan Diego sino a partir de mediados del siglo XVII. Antes «no se publicó relación alguna de tan extraordinario suceso», sino que el primero en escribir sobre esto había sido «el bachiller Luis Be cerra Tanco, maestro de lengua mexicana», y esto «en 1666», siendo que el año de las apariciones es 1531.
Enfatiza este historiador del siglo XVIII: «Debo añadir que ni una ligera noticia de él se halla en tantos autores como han escrito de cosas de Nueva España antes de la expresada época. Este silencio engendra gran sospecha en el ánimo de cualquiera».
Respuesta al «silencio»
Ante la polémica, la Congregación Vaticana para las Causas de los Santos tomó la resolución de crear en 1998 una comisión histórica para que 30 investigadores de diversas nacionalidades indagaran la verdad, liderados por Fidel González Fernández, un profesor de historia eclesiástica en las Universidades Pontificias Urbaniana y Gregoriana.
Los resultados de las investigaciones se publicaron en agosto de 1999 bajo el título «El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego», que contiene 500 páginas que incluyen 27 documentos o testimonios indígenas guadalupanos, así como 8 de procedencia mixta indoespañola, y con los que se concluye la historicidad del acontecimiento guadalupano y, por ende, de san Juan Diego.
Entre ellos destacan dos: el texto del Nican Mopohua, escrito por Antonio Valeriano, un indígena tecpaneca puro y sobrino del emperador Moctezuma, que tenía 11 años al momento de las apariciones y 28 años cuando murió san Juan Diego. Lo publicó en 1649.
El otro testimonio es el «Códice Escalada» o «Códice 1548», firmado por fray Bernardino de Sahagún y por el juez Antonio Valeriano. Contiene un grabado de las apariciones de la Virgen a san Juan Diego, y atestigua el año del fallecimiento del vidente. En él se lee:
«1548. También en ese año de 1531, se le apareció a Cuauhtlatoatzin nuestra amada Madre y Señora Guadalupe de México. Murió dignamente Cuauhtlatoatzin». Pero los antiaparicionistas siguen quejándose de que no se hayan encontrado documentos históricos relativos a los veinte años que siguieron a las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Ellos no toman en cuenta que muchas fuentes indígenas fueron destruidas, tal como fray Bernardino de Sahagún y Gerónimo de Mendieta atestiguan; también en 1578 el dominico Diego Durán lamentaba la destrucción de muchos códices. Igual mente hubo pérdida de elementos históricos en varios incendios, como el del Archivo del Cabildo de México, ocurrido en 1692. Lo mismo debe tomarse en cuenta la «crisis del papel» que vivió la Nueva España mucho tiempo y que obligó como algo normal a la reutilización del papel ya usado, incluso de documentos de archivo.
La Iglesia no canoniza «mitos» sino a personas
Después de tantas investigaciones históricas y científicas, la Iglesia no tiene duda de la verdad de las apariciones de la Guadalupana ni de la existencia de san Juan Diego. Tampoco de que este indígena llevara una vida ejemplar de santidad, y de que fuera y siga siendo modelo para los fieles cristianos; y es por esa razón —y no en sí porque se le apareciera la Virgen— que fue beatificado y canonizado. El martes 4 de junio de 1996 el periódico Excélsior publicó estas declaraciones de Guillermo Schulenburg sobre la beatificación de Juan Diego: «Esa beatificación no es el reconocimiento de la existencia física del indio en cuestión, sino un reconocimiento al culto. No es, pro piamente hablando, una beatificación». Pues bien, la de Juan Diego sí fue una verdadera beatificación, lo mismo que su canonización. San Juan Diego no es un símbolo; fue un hombre de carne y hueso que vivió en un tiempo histórico preciso. La Iglesia no puede canonizar nunca símbolos o mitos, sólo a personas.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de diciembre de 2017 No. 1169